En una granja muy próspera vivía un labrador que era muy diligente con todos sus animales. Desde pequeño estaba acostumbrado a trabajar mucho y no le gustaba perder el tiempo. Al ver que cada vez le costaba más trabajo arar la tierra, decidió comprarse un buen asno que le ayudara en sus labores del día. Con este pensamiento en mente, se dirigió al mercado del pueblo más cercano, donde seguramente podría conseguir alguno que le sirviera.
Efectivamente, llegó hasta el establo de un comerciante de animales que no dudó en ofrecerle uno de sus burros más hermosos. Pero el labrador no estaba del todo seguro de comprarlo.
—Permite que me lo lleve esta tarde a casa para probarlo —le dijo al vendedor— y si todo sale bien, mañana temprano me tendrás aquí con el dinero acordado. Tú sabes bien en donde vivo y me conoces desde años, así que sabes que nunca te engañaría.
Como eso era cierto, el vendedor lo dejó marcharse con el animal prestado.
No obstante, el granjero no lo puso a trabajar de inmediato. Lo metió en su establo con el resto de las vacas y caballos y una vez ahí, vio como el asno se apartaba del resto y se acercaba al caballo más gordo y vago. Este equino se la pasaba comiendo todo el día, y a duras penas se le podía sacar de su cuadra para montarlo. Era una criatura perezosa y muy desagradecida, a la que solo mantenía porque afortunadamente, las cosas en la granja le iban muy bien.
Pero al ver como él y el burro hacían tan buenas migas, lo único que pensó fue que no necesitaba a otro animal holgazán en su finca.
Fue por eso que a la mañana siguiente, volvió a tomar al asno y se devolvió hasta el mercado, donde ya el vendedor le esperaba para cerrar el trato. Su ánimo decayó cuando vio que el labrador le entregaba al burrito, completamente decepcionado.
—¿Cómo qué no lo va a comprar usted? —le pregunto, incrédulo al escuchar como quería dárselo de nuevo— ¿Es qué no le sirvió de nada? Mire que le puedo hacer una oferta buenísima sí se lo lleva hoy. Mire que bonito es.
—Bonito es, y mucho —coincidió el labrador—, pero ya tuve suficiente tiempo como para saber el modo en que va a trabajar. Me basta ver con quien se junto para descubrir que en realidad, es un vago. Y lo siento, pero yo necesito un asno trabajador, por más mal aspecto que pueda tener.
Cuando el labrador se marchó a casa, el vendedor suspiró y volvió a guardar al asno. Era ya la tercera vez que se devolvían por la misma razón.
A veces los defectos de la personalidad eran demasiado fuertes como para ocultarse con la apariencia.
Moraleja: Ten mucho cuidado con quien te relacionas, pues tus amistades siempre delatan tu forma de ser. Busca estar cerca de gente trabajadora, honesta y de buen corazón y las cosas te irán mucho mejor en la vida.
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