Martín siempre iba a pasar los veranos a la casa de campo de sus abuelos, un lugar muy viejo y grande, donde su mamá había vivido durante toda su infancia. Los alrededores estaban llenos de campos verdes, donde algunos campesinos llevaban a sus animales a pastar de vez en cuando. Y muy cerca de la casa, también había un pozo muy profundo.
Sin embargo, hacía muchos años que no sacaban agua de ahí. No era necesario en esos tiempos y además, sus abuelos le habían dicho que el líquido de ese pozo estaba estancado y sucio.
Su madre no obstante, también le había advertido otra cosa.
—Jamás te acerques al pozo. Nunca lo hagas. Hay muchos sitios para jugar lejos de ahí.
—Pero mamá, ¿por qué no quieres que me acerque?
—Por qué podrías caerte y eso sería terrible. Nunca debes estar cerca de ese pozo, comprendes.
Al principio, a Martín le parecía natural que su mamá se preocupara por tal motivo, como lo haría cualquier madre con sus hijos, de modo que siempre le prometía que no iría a jugar al pozo. Conforme pasó el tiempo y se fue haciendo un poco más mayor, las explicaciones de la mujer dejaron de convencerlo.
Todos los años antes de veranear le decía lo mismo y al mirarla a los ojos, Martín sentía que había algo que ella le estaba ocultando.
Tenía doce años cuando, desoyendo las indicaciones de su mamá, decidió ir a asomarse al pozo para ver por qué tanto alboroto. Profundo era, esa era verdad. Pero la barrera que lo rodeaba era lo suficientemente gruesa como para prevenir una caída accidental y él no era tan tonto para treparse sobre ella.
Permaneció un rato mirando el viejo pozo y se asomó hacia el oscuro abismo que guardaba en su interior, sin encontrar nada interesante.
«Pues creo que mamá es una miedica, después de todo», pensó Martín comenzando a retirarse. Hasta que una voz profunda habló desde el pozo.
—Hola.
Martín se paralizó. Lentamente se dio la vuelta y clavó la mirada en el pozo.
—¿Hola? —preguntó, trémulo.
—Sé que has estado mirándome ya un buen rato.
Martín apretó los puños, asustado.
—No tengas miedo —dijo la voz—, ¿quieres que seamos amigos?
—Mamá dice que no puedo hablar con desconocidos.
—Pero si ella no lo sabe, entonces no pasa nada. Este será nuestro secreto.
—No sé.
Algo pareció moverse en las aguas del pozo, a decenas de metros de profundidad. Algo grande, monstruoso y pesado. Martín retrocedió un par de pasos.
—¿Te gustaría verme, Martín?
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó él, con los ojos muy abiertos de sorpresa.
—Yo sé muchas más cosas de las que te puedes imaginar.
Súbitamente, las paredes del pozo se sacudieron como si fueran a derrumbarse. Algo estaba trepando por ellas a toda velocidad.
Martín volvió a darse la vuelta y echó a correr a casa de sus abuelos, tan rápido como sus piernas le permitieron, mientras escuchaba como aquello trataba de salir del pozo.
Su madre tenía razón.
Lindo cuento para alertar a niños del peligro que previenen los padres.
muchas gracias.