Había una vez un pobre hombre que no tenía suerte en el amor. A pesar de que era un señor muy rico y educado, no había sido capaz de encontrar una esposa buena, pues las mujeres que se le acercaban solo por su dinero. Otras, si bien no eran avariciosas, tampoco estaban interesadas en él pues no era muy agraciado. La única compañía que el sujeto tenía era la de una hermosa gatita de ojos verdes, cuyo pelaje era suave y su trato muy cariñoso.
Todos los días, la gatita se subía a su regazo para hacerle mimos, frotaba su carita contra él y ronroneaba agradeciéndole por sus cuidados. Y él suspiraba con tristeza al acariciarla.
—Ojalá tú fueras humana, Zapaquilda —le decía—, estoy seguro de que si fueras una mujer, serías la más devota de las esposas. Ya nada me haría falta. Sería muy feliz.
Pensando en ello, el hombre decidió que después de todo aquella no era una mala idea. Y preparando una ofrenda, fue al templo de Venus, la diosa del amor y la belleza, para que le concediera aquel deseo.
—Poderosa Venus, tú sabes que nada me hace falta salvo una buena mujer —dijo, mientras depositaba sus regalos—, convierte a mi adorada gatita en una doncella a la que pueda desposar y tendrás mi gratitud por siempre.
Y la diosa, escuchándolo, decidió concederle aquel favor y entonces Zapaquilda se transformó en una joven bellísima, de oscuro cabello y con los mismos ojos verdes que poseía en su forma animal.
Su dueño, al volver a casa y encontrarla, se puso tan feliz que de inmediato organizó la boda más lujosa que pudiera haberse visto en su pueblo. A la novia la peinaron un grupo de criadas, le pusieron joyas finas y un vestido blanco con el que parecía una princesa. No hablaba mucho pero seguía mostrando el mismo carácter tierno que su amo tanto adoraba y a cada instante, se sentía más y más enamorado.
Llegó el momento de efectuar la ceremonia del matrimonio.
Cuando los novios se encontraban ya dispuestos frente al altar, pasó un ratoncito cerca de ahí y la muchacha, al verlo, se olvidó al instante de su nueva condición y fue tras él a cuatro patas, haciendo que los invitados liberaran gritos de sorpresa.
El hermoso vestido blanco quedó arruinado, al igual que su peinado y sus costosas joyas. Para cuando pudo atrapar al roedor, la boda era un desastre y su amo no tuvo más remedio que suplicar a Venus, que la devolviera a su forma original.
—No se puede cambiar la naturaleza de nadie. Mi gatita siempre será tal, aunque tenga forma de mujer.
Moraleja: De nada sirve aparentar algo que no eres, si por dentro siempre seguirás las mismas costumbres que tenías antes. Sé fiel a ti mismo y muéstrate tal y como eres, pues no hay nada más triste que una persona que finge. Al mismo tiempo, no intentes cambiar a nadie, todos tienen derecho a ser queridos tal cual son.
Me encanto♡♡