Cuentan los griegos que hace miles de años, existió un joven muy hermoso, al que todos llamaban Adonis. Él no solo era un muchacho apuesto, sino también muy intrépido. Adoraba salir a cazar y correr al aire libre.
Como al crecer solo se volvía más bello, Afrodita, la diosa del amor y la belleza, se enamoró irremediablemente de él. Y Adonis le correspondió.
Un día, mientras se encontraban en el bosque, Afrodita le hizo una advertencia.
—Debes tener mucho cuidado cuando andes tú solo por estos rumbos —le dijo—, es normal que los animales huyan de ti. Pero si alguna vez te topas con alguno que parece no tenerte miedo, corre, porque es una señal de peligro.
Adonis le prometió que así lo haría. Sin embargo, al día siguiente olvidó esa promesa. Estaba paseando entre los árboles cuando se topó con un enorme jabalí que lo miraba fijamente. El animal no le temía, ni había intentado retroceder. El joven de inmediato quiso cazarlo.
—Seré alabado por todos en cuanto me vean llegar con el cuerpo de ese magnífico animal —se dijo vanidosamente— y Afrodita sabrá que yo no tengo miedo de nada.
Se lanzó pues a cazar al jabalí, pero este, furioso, corrió hacia él y lo mató al instante. Adonis nunca supo que aquella bestia, no era otro sino Ares, el dios de la guerra.
Ares estaba enamorado de Afrodita y se sentía celoso del amor que ella le profesaba al chico humano. Como el ser vengativo e impetuoso que era, había bajado a la tierra y adoptado la forma de aquel jabalí, sabiendo que no se resistiría a cazarlo.
Al presentir que algo malo le había sucedido a su amado, Afrodita corrió al bosque y lo encontró sin vida. La diosa lloró amargas lágrimas por él y luego, se percató de que la sangre de Adonis había caído sobre un matorral de rosas blancas, tiñéndolas de escarlata. Las encontró tan bonitas y tan trágicas a la vez, que decidió perpetuar aquellas en recuerdo del joven.
Durante el funeral de Adonis, Afrodita creó un jardín completo repleto de rosas rojas: el Jardín de Adonis. Aquellas flores continuaron resurgiendo cada año, y a todos impresionaban con su aroma y su belleza.
Y es por eso que hasta el día de hoy, los enamorados se regalan rosas rojas para demostrarse su cariño. Su intenso color es un recuerdo del amor más sublime.
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