Hace mucho tiempo, cuando Irlanda era aún la tierra de los druidas, hubo un hombre muy bondadoso al que todos conocían como San Patricio. Él era el obispo de su pueblo, siempre trataba con gentileza a sus semejantes y ayudaba a los más necesitados. Un buen día decidió recorrer todo el país para predicar la palabra de Dios.
Enseñó a niños y adultos a amar a su prójimo y a ganarse el cielo mediante buenas acciones, pero sobre todo les enseñó a confiar en la Santísima Trinidad.
—El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Son tres partes de un solo Dios y si tienen fe en él, no habrá nada imposible para ustedes.
Desafortunadamente, no todos entendían lo que quería decir San Patricio al hablar sobre aquella misteriosa trinidad.
—Pero padrecito, ¿cómo puede ser posible que tres seres habiten en un solo Dios? —le preguntaban— Nosotros no podemos creer en algo así.
Pensativo, San Patricio recogió un trébol de tres hojas que crecía en el suelo, (y que en Irlanda son más comunes de lo que te puedes imaginar) y lo alzó para que todos pudieran verlo.
—¿Ven este pequeño trébol? Tiene tres hojas y al mismo tiempo, las tres son una sola. Así mismo pasa con Dios.
Con esta explicación, la gente finalmente comprendió lo que San Patricio quería decir. Su metáfora era tan bella e ingeniosa, que hasta los más escépticos comenzaron a creer en sus palabras.
Desde entonces, el trébol es el símbolo más famoso de los irlandeses y a cada una de sus hojas se le atribuye un significado muy especial. La primera representa la fe, la segunda representa la esperanza y la tercera, el amor. Y de vez en cuando, en algunos tréboles, Dios añade una cuarta hoja para la suerte. Si alguna vez encuentras alguno, ¡serás afortunado!

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