Hace mucho tiempo, había tres hermosos árboles que creían en medio de un bosque tropical. Y los tres tenían grandes sueños. Un día se pusieron a platicar sobre ellos.
—Cuando sea grande, yo quiero que usen mi madera para hacer un cofre en el que se guarden los tesoros más valiosos del mundo —dijo el primero—, yo voy a resguardar las joyas más bellas de los reyes más poderosos en la tierra.
—Pues cuando yo sea grande, quiero que convertirme en el barco más imponente del mundo y transportar a los hombres más importantes de la historia —dijo el segundo.
—Yo quiero seguir creciendo y quedarme aquí —dijo el tercero—, quiero ser más alto que ningún otro árbol en la tierra y coronar la cima de este monte, y que todo aquel que pase frente a mí, admire mi belleza y reconozca lo grande que es Dios.
El tiempo transcurrió. En torno al bosque sucedieron batallas y disgustos, pues aunque muchos querían preservar su belleza, otros, cegados por la ambición, ansiaban destruirlo tan solo para poder enriquecerse.
Un buen día, un grupo de leñadores llegó al bosque y cortó a los tres árboles. El primero terminó en la carpintería de un pueblo cercano y su tronco se convirtió en una batea, donde colocaban la comida para los asnos, los cercos y las vacas. El segundo fue usado para construir un barco; no uno imponente ni lujoso, sino una barcaza más bien humilde, que en vez de navegar por los océanos termino sirviendo a los pescadores de un lago.
Del tercero se sacaron unos maderos que quedaron guardados en un almacén de la ciudad capital, esperando a ser vendidos a algún aserradero.
Años más tarde, una pareja llegó al establo donde se encontraba la batea elaborada con la madera del primer árbol. El hombre era un carpintero pobre y su esposa, una mujer embarazada. Los dos estaban cansados y humillados, pues no habían encontrado posada en la ciudad. Se refugiaron en el pesebre y esa misma noche, la mujer dio a luz a un precioso niño, al que colocaron en la batea para arrullarlo, protegido por el calor de los animales. Tres hombres de Oriente llegaron para saludarlo, al igual que una docena de pastores.
Treinta años después, un maestro estaba caminando a las orillas de un lago con sus doce discípulos. Todos salieron a la mar sobre la barcaza hecha del segundo árbol y fueron sorprendidos por una terrible tormenta. Los discípulos creyeron que aquel bote no podría soportar la tempestad, sin embargo, ante la serenidad y la fe de su maestro, las aguas se calmaron.
Casi tres años más tarde, llegaron unos hombres a buscar los maderos del tercer árbol, al almacén de la capital. Con ellos fabricaron una cruz, en la cual fue clavado ese maestro bondadoso y la clavaron en la cima de un monte, donde todos los habitantes podían verla.
Solo en ese momento, los tres árboles se dieron cuenta de que habían cumplido sus sueños; claro que no de la forma que se habían imaginado.
El primero albergó el tesoro más bello y valioso conocido por la humanidad. El segundo transportó al hombre más importante de la historia y el tercero expuso toda la gloria de Dios ante los hombres; pues el niño del pesebre y el maestro, eran Jesucristo.
Al igual que ellos, esta Navidad, tú puedes soñar en grande y tener confianza en que cumplirás tus anhelos más maravillosos. Siempre y cuando nunca te olvides de donde vienes, tengas presente la importancia de la humildad y recuerdes que es mejor dar en vez de solo recibir.
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