Durante el episodio anterior de este cuento, nos dimos cuenta de que Pulgarcito necesitaba un lugar para pasar la noche, después de haberse encargado de esos ladrones tramposos. Así pues, el pequeñito se metió en el establo del cura y se puso a dormir sobre un montón de heno, tan profundamente que no se dio cuenta de la hora a la que amaneció.
Esa misma mañana, muy temprano, la criada se levantó y fue a darle de comer a la vaca. No vio al diminuto niño que dormía entre la paja y para cuando la vaca la estaba masticando, Pulgarcito apenas se despertaba.
—¡Ay, ay! ¿Cómo he venido a parar aquí? —se preguntó, teniendo mucho cuidado de no dejarse atrapar por los dientes de la vaca o quedaría convertido en papilla.
Así pues, se deslizó desde su boca a su estómago, en el cual no había ventanas. La única puerta de aquel extraño cuarto no paraba de llenarse con heno y era tanto, que dentro de poco Pulgarcito quedaría aplastado. Entonces muy asustado se puso a gritar desde el interior del animal:
—¡Ya basta de forraje! ¡Ya basta de forraje!
La criada, al escuchar la voz que provenía de la vaca, se dirigió muy asustada con el cura dando de gritos.
—¡Dios santísimo, señor párroco! ¡La vaca está hablando! —exclamó.
—¿Acaso has perdido la razón? —la regañó él, yendo al establo a toda prisa.
Pero nada más oír los gritos que Pulgarcito estaba dando desde el interior del animal, se puso tan pálido como la muchacha y decidió que la vaca estaba poseída. Ordenó que fuera sacrificada y enseguida le cortaron la cabeza.
El estómago fue arrojado en un páramo cercano y justo cuando Pulgarcito estaba viendo la luz del sol, este fue encontrado por un lobo voraz, que se lo comió de un solo bocado. A pesar de esto, Pulgarcito no dejo de ser optimista.
—Oiga, señor lobo —le habló desde su barriga—, conozco un sitio donde usted podrá comer hasta reventarse. Ahí encontrará quesos, jamones, bollos, ¡tanta comida como se pueda imaginar! ¿Le gustaría saber donde se encuentra ese sitio?
—¿Dónde está? —preguntó el lobo.
Pulgarcito le dio las señas para llegar a su casa y hasta allí se dirigió el lobo, entrando con mucho sigilo en la despensa donde sus padres guardaban la comida. El animal se dio tremendo banquete, acabando por completo con los víveres de la pareja. Y una vez que se sintió lleno se dispuso a irse, pero Pulgarcito se puso a gritar de nuevo.
—Cállate, que despertarás a la gente de la casa —le espetó el lobo.
—No me importa, tú ya comiste, ¡ahora me toca a mí divertirme!
El pequeño armó tal escándalo, que sus padres se despertaron y al ver que el lobo había entrado en su casa, le dieron un golpe en la cabeza. Al reconocer la voz de Pulgarcito, usaron unas tijeras para abrirle el estómago y se pusieron muy felices de volver a verlo.
A partir de entonces, volvieron a ser una familia dichosa.
FIN
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