Ocurrió que un día, Zeus, el dios más importante de todos los que habitaban en el Olimpo, se encontraba muy aburrido. Ya había bajado a la Tierra demasiadas veces para hacer de las suyas, a veces disfrazado de oso o de carnero. Ya había platicado con todos los dioses, encontrando que siempre tenían algo que hacer como para dedicarle todo su tiempo; Poseidón con su soberanía de los mares, Hades recibiendo a los muertos en el Inframundo, Hefesto trabajando en su taller y Atenea consultando sus libros.
Sin nada que hacer a diferencia de ellos, el dios decidió fijarse de nuevo en la Tierra y vio que todos los animales eran diversos y estaban muy alborotados. Así fue como se le ocurrió la idea.
—Ya sé —dijo,—, voy a organizar un concurso para ver cual de ellos es el más hermoso.
Y así, se dirigió a los animales bajando desde el Olimpo.
—¡Queridas criaturas! —dijo— Estoy averiguando quien es el animal más bello del mundo, así que deben traer a sus crías para que pueda juzgarlas. El ganador será merecedor de una gran recompensa.
Muy emocionados, todos los animales comenzaron a murmurar entre sí y a acicalar a sus cachorros, que desfilaron de uno en uno ante el dios. Se admiró este del hermoso pelaje de ébano de la pantera, de las robustas patas del pequeño elefante y la ferocidad del hijo del cocodrilo, que prometía ser un gran ejemplar.
También mostró ternura ante los adorables pequeños de la zorra con sus cuerpecitos rojos como el fuego y del azul de las crías del azulejo.
Pero lo que más lo había impresionado sin duda, hasta entonces, habían sido las largas plumas de colores que parecían reflejar todos los colores del mundo, y comenzaban a brotar tímidamente en la cola del Pavo Real. Lo más probable era que él ganara.
De repente se presentó ante él una mona muy humilde, cargando entre sus brazos a su bebé. Era un monito de nariz chata, ojos oscuros y pelo espeso. Todos alrededor murmuraron comentarios de sorpresa y desdén.
—Este es mi hijo —dijo la monita con orgullo— y es el más bello de todos.
Los animales echaron a reír, despreciando a ese monito tan pobre. Pero su madre alzó la cabeza desafiante y lo abrazó fuertemente.
—Puede que para ustedes sea poca cosa —dijo—, pero para mí, mi hijo es el ser más bonito que hay en este mundo y estoy orgullosa de él. Incluso aunque no gane este concurso. Siempre lo amaré por ser como es.
Y Zeus, conmovido con el discurso de la mona, decidió nombrar ganador a su hijo, quien fue recompensado con grandes riquezas. Ese día, todos aprendieron que no hay nada más fuerte que el amor de una madre y que ante los ojos de los dioses, este era más importante que las apariencias.
Moraleja: Nunca debemos avergonzarnos de lo que más amamos. El mundo podrá hablar pero lo que más importa, son los sentimientos que tenemos para con nuestros seres queridos.
¡Sé el primero en comentar!