A muchos kilómetros del pueblo de Belén, se dice que habitaba un hombre muy rico y poderoso, llamado Bulá. Él no solo poseía riquezas, también tenía un gran corazón y mucha sabiduría. Una noche, mientras contemplaba las estrellas, se dio cuenta de que había una que brillaba más que las otras: era el anuncio celestial de que un nuevo rey había aparecido.
Emocionado por esta revelación, Bulá dijo a sus sirvientes que prepararan todo para hacer un largo viaje. Irían a conocer a aquel misterioso rey para ponerse a su servicio.
la servidumbre preparó mulas, camellos y caballos, agua y provisiones. Metieron en un enorme cofre parte del tesoro de su señor y todos juntos se fueron a caminar entre el desierto. En el camino, Bulá se encontró con personas que eran muy pobres o estaban muy enfermas.
Bondadoso como siempre, les regalaba sin pensar oro y joyas para que curaran sus males, o se quitaran el hambre. Con todos era generoso.
Para cuando llegaron al sitio que marcaba la estrella, apenas si le quedaban monedas y piedras preciosas para volver. Pero estaba contento, porque iba a conocer al gran rey. Él y su caravana doblaron una curva, tras un pasadizo de piedra. Esperaban encontrarse con un reino rico y maravilloso, pero lo único que había, era un humilde pesebre en el que una familia intentaba resguardarse del frío.
Confundido, Bulá se acercó para preguntarles si sabían en donde vivía el rey que anunciaban las estrellas. Una mujer que arropaba a un bebito en su cuna, le sonrió.
—Yo conozco a ese rey del que hablas.
—Traigo un mensaje muy importante para él, ¿crees que puedas presentármelo para dárselo?
—Descuida —le dijo ella—, si quieres se lo puedo dar yo.
Bulá le entregó entonces un pergamino cuidadosamente enrollado. Acto seguido, la mujer se lo dio a su bebé, quien lo rompió con sus manitas y soltó una risa. el pobre hombre se quedó perplejo, mientras todos en el establo celebraban la gracia del niño.
Se acercó a su cuna, con el ceño fruncido… y entonces algo en su corazón cambió.
Aquel niñito era el más bello que había visto en toda su vida y emanaba una paz y alegría incomparables. Tan dulce era, que enseguida se olvidó de su mal humor y se quedó en el establo, acompañando a su familia, compartiendo su cena y contándoles de su viaje.
Todos se hicieron buenos amigos.
A la mañana siguiente, Bulá se despidió y regresó a casa con sus sirvientes. Al meter la mano en su túnica, se sorprendió al sentir un pergamino. Era el mismo que el bebé había roto la noche anterior. Adentro, tenía un mensaje escrito con polvo de oro en el que se leía lo siguiente:
Muchas gracias por haberme visitado, te esperaba con ansias. Vi tu mensaje y me enteré de que ayudaste a muchas personas en el camino. Te prometo que desde hoy, ya tienes un puesto ganado en mi reino, el Reino de los Cielos.
Con amor: el Niño Jesús.
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