En Japón vivía un viejo general que era muy temido y respetado por todos. Desde muy joven se había labrado una gran fama en la región por las incontables batallas ganadas con su ejército. Pero ahora que estaba viejo y que se había retirado a su casa de las montañas, su único pasatiempo era salir a caminar y contemplar el atardecer desde la ventana de su dormitorio.
De vez en cuando recibía a jóvenes a los que entrenaba en el arte de la guerra. Y a veces, también le había dado una lección a otros que se acercaban a fanfarronear y querían desafiarlo. Así de bueno seguía siendo con la espada.
Un día, el general recibió en su vivienda a un amigo suyo. Se trataba de un monje budista, que había cultivado el arte de la serenidad.
Cuando el viejo militar lo recibió, sintió mucha alegría de tenerlo en su vivienda. Le mostró cada una de las habitaciones, preparó una cama para él y luego se sentaron juntos a beber el té. Esa noche, mientras hablaban y el general preparaba la cena, estuvo a punto de tirar por accidente una vasija que había colocado en la mesa.
—¡Válgame el cielo! ¡Por poco y se me rompe este jarrón! —dijo asustado.
Y el monje, sorprendido de verlo tan espantado por vez primera, le dijo:
—¿Por qué te preocupas tanto por esa vasija? No es más que un objeto viejo.
Un poco ofendido, el general replicó:
—Sucede que para mí es más que un objeto viejo. Verás, esta es una reliquia que gané en una de mis primeras batallas. En ese entonces era todavía un joven muy temeroso e inexperto. Verla me hace recordar lo mucho que he mejorado desde entonces.
—Ciertamente has mejorado muchísimo —le comentó su invitado—, te convertiste en el general más respetado de Japón. Tienes prestigio, honor y has demostrado que no temes a nada. Combatiste contra los más grandes ejércitos y ganaste guerras que se creían perdidas. ¿Y aún así vas a decirme que tienes tanto miedo de que un simple objeto se rompa? Amigo mío, tú eres mucho más que eso. Tu valor como persona se encuentra dentro de ti, no en las reliquias que hayas acumulado.
Tras escuchar estas palabras, el general se quedó reflexionando y llegó a la conclusión de que el monja tenía razón. Estaba cansado de preocuparse por aquel jarrón, como si al quebrarse fuera a perderlo todo.
Finalmente, decidió estrellarlo contra el suelo y decidió que de ahora en adelante, se valoraría más por lo que llevaba en el interior.
Moraleja: A veces le concedemos a los detalles insignificantes más importancia de la que merecen, olvidándonos por un instante de lo que somos y lo que podemos hacer. Tú eres más importante que las cosas que posees, tu talento y tus buenos valores valen mil veces más. No te dejes llevar por los objetos materiales.
Este cuento infantil se encuentra basado en una antigua fábula zen que nos habla sobre el valor de las cosas.
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