Estos eran tres bueyes que desde que solo eran crías, se conocían los unos a los otros y habían sido los mejores amigos. Siempre bajaban a pastar juntos al valle, retozando y riendo entre las praderas. Cuando el sol se ponía volvían a casa charlando y nunca habían tenido malentendidos entre ellos. ¡Cuán felices eran! Pero sin saberlo, un león que vivía en las cercanías los había estado vigilando desde hacía días.
El león llevaba mucho tiempo hambriento, pues las pequeñas presas de la montaña no eran suficientes para calmar su hambre. Al ver a aquellos bueyes, tan robustos y grandes, pensaba que podría darse un auténtico banquete y la boca se le hacía agua con solo imaginarse hundiendo los dientes en su carne.
Sin embargo, nunca se atrevía a atacarlos cuando estaban los tres juntos, pues sabía que unidos le llevaban mucha ventaja. Todos eran sanos y fuertes, y podían defenderse si se unían en su contra.
Así que el astuto animal pensó en un plan para separarlos.
Malicioso como era, comenzó a sembrar rumores falsos en las cercanías, que hablaban mal de cada uno de los bueyes. Luego, habló con cada uno de ellos por separado y perjuró que habían sido los otros dos quienes se habían unido en su contra.
—¡Ellos no son tus amigos de verdad! Yo mismo escuché como hablaban mal de ti —perjuraba el león—, son animales muy mezquinos, que quieren la pradera para ellos solos. Si yo fuera tú, me cuidaría las espaldas y ya no pasaría tanto tiempo con ellos.
Al principio, los tres bueyes se negaron a pensar tan mal los unos de los otros. ¿Cómo iban a ser ciertas esas infamias, si se conocían desde pequeños y sabían que todos eran de noble corazón? Pero cuando los otros animales comenzaron a hacer eco de las mentiras del león, la tensión creció entre ellos y acabaron echándose la culpa de la situación.
Los bueyes dejaron de ser amigos y a partir de entonces, hubieron de bajar solos al valle, cada uno a diferente hora para evitar encontrarse con los otros. Ahora el león tenía su oportunidad.
Uno por uno, espero a que se encontraran pastando en soledad para abalanzarse sobre ellos y devorarlos entre sus fauces. Al final, la bestia quedó tan satisfecha que pensó que no necesitaría comer por días. Y mientras tanto, los rumores que había esparcido permanecieron entre los vecinos de la montaña como una mala semilla, excepto para dos o tres animalillos que habían conocido bien a los bueyes.
—¡Qué lástima que se dejaran llevar por las habladurías! —se dijeron con tristeza— Si tan solo hubieran sabido que la amistad es más fuerte que las infamias, tal vez aún estarían pastando los tres, contentos en la pradera.
Moraleja: La unión hace la fuerza, nunca permitas que las mentiras e intrigas te separen de las personas que quieres, como tus amigos o tu familia, pues habrá personas que quieran aprovecharse de esa debilidad para hacerles daño por separado.
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