En una hacienda habitaba un hombre que tenía muchas tierras. Como se la pasaba todo el día en el campo cuidando de sus terrenos, pronto decidió buscar a un trabajador más para que se ocupara de las tareas de la casa. Un amigo suyo le dijo que le sobraba uno en su propiedad, y si quería podía llevarlo a su hogar para darle empleo.
—Pues ya está hecho el trato. Mándalo mañana por la tarde, que le voy a dar trabajo —dijo el hacendado muy contento.
Al día siguiente espero solícito a su nuevo empleado pero se desconcertó mucho al ir a abrirle la puerta. Era un chico negro que se inclinó respetuosamente ante él.
—Aquí me tiene, patrón. Me manda mi antiguo señor para cumplir con sus órdenes.
Muy confundido, el hombre lo hizo pasar sin dejar de escrutarlo con la mirada. No podía apartar los ojos de la piel tan oscura que tenía. ¿Sería que llevaba mucho tiempo sin bañarse?
Aunque el muchacho no olía mal para nada, y tenía las uñas, el pelo y los dientes relucientes. Pero el hacendado, que era necio como una mula, se convenció de que aquello tenía que ser suciedad y decidió que antes que nada, se daría un baño. Como era muy ignorante, no podía concebir que hubiera personas con la piel de ese color.
—Acómpañame al baño —le dijo—, tienes que darte una ducha antes de que te pongas a mis órdenes.
Preparó la tina para él y le dijo que se metiera dentro. Luego tomó una barra de jabón y se acercó.
—Ahora voy a frotarte para que quedes muy limpio —y dicho y hecho, se acercó a frotarlo fuertemente, esperando desvanecer el color de su piel pero por supuesto, esto no sucedió.
Le restregó tan fuerte el jabón, que la barra se redujo a una diminuta pastilla blanca y tuvo que parar cuando el chico le dijo que lo lastimaba. Muy enojado, el hombre salió del baño y lo dejó vestirse.
—¡Pues tendré que conformarme! Aunque nunca había tenido a ningún sirviente que tuviera la piel tan negra —dijo de mal humor.
Se fue a supervisar sus tierras y cuando regresó se quedó impresionado. Todo estaba reluciente de limpio y la mesa estaba puesta con una cena deliciosa. Su nuevo sirviente le pidió que se sentara y lo atendió con lujo de detalles. Y al ver aquello, su patrón se sintió muy avergonzado por como lo había tratado antes.
—Que tonto he sido —se dijo—, juzgando a este pobre muchacho por el color de su piel. Si es el más eficiente criado que he tenido, ¡y yo queriendo bañarlo porque pensaba que estaba sucio! Doy pena.
Desde ese entonces, aceptó al empleado tal y como era, y los dos convivieron en armonía.
Moraleja: No podemos atentar contra lo que la naturaleza ha creado, ni tratar de cambiarlo. Debemos aceptarnos los unos a los otros por lo que tenemos en el interior, pues nuestras diferencias son las que nos vuelven especiales.
Me gusto la moraleja que hay que acertar a los demás como son.