Había una vez un niño al que le regalaron una caja llena de soldados de plomo. Todos eran muy apuestos y valientes, pero había uno al que le faltaba una pierna. A pesar de todo, el infante los cuidaba a todos con mucho esmero.
Una vez que él se retiraba a dormir y el reloj marcaba las doce de la noche, todos sus juguetes cobraban vida. Los soldaditos salían de su caja en fila y se formaban haciendo los honores sobre su escritorio.
Más allá, una hermosa bailarina de porcelana comenzaba a bailar al ritmo de un vals inexistente. Y cerca de ahí, un horrible payaso que lo vigilaba todo desde su caja sorpresa. Era tan malintencionado, que le gustaba saltar de improviso para asustar a los otros juguetes solo por diversión. Como estaba enamorado de la bailarina, acostumbraba espiarla oculto en su rincón. Una vez había tratado de cortejarla pero era tan feo y malvado, que ella lo había rechazado.
Desde entonces el payaso la contemplaba con amargura.
Cuando el soldadito de plomo llegó a formación con el resto de sus compañeros, (tarde como siempre, debido a su única pierna), sus ojos se cruzaron con los de la bailarina y cayó perdidamente enamorado. Luego, ella le sonrió e hizo una cabriola muy delicada parándose en la punta de uno de sus pies. De esa manera se veía muy similar a él y el soldadito supo que ella le comprendería mejor que nadie.
Pero el payaso de la caja, al ver este intercambio de tiernas miradas entre ambos, sintió que los celos se apoderaban de él. Se acercó muy sigiloso al soldado y traicioneramente, lo empujó por la ventana, provocando que cayera en la canaleta repleta de agua.
De ahí fue arrastrado hasta lo más profundo de una alcantarilla y en medio de la oscuridad, el soldadito temió por su vida.
Navegó toda la noche en un barco de papel que alguien había dejado caer por la tubería, hasta que por la mañana, se lo tragó un pez. Ese mismo día, la madre de su dueño acudió a hacer la compra al mercado y compró una jugosa trucha recién pescada.
¡Cuál sería su sorpresa al abrirla y encontrar al soldadito dentro!
El niño lo recuperó con mucha felicidad y a la medianoche, cuando él despertó, se halló de nuevo cerca de la bailarina. Pero el payaso no se daría por vencido y viendo que sus planes habían fracasado, volvió a acorralar al soldadito y lo empujó, esta vez hacia la chimenea, donde se consumió lentamente.
La bailarina, al ver la suerte de su amado, se arrojó tras él para morir en sus brazos. Y el resto de los soldados al ver la infamia del payaso, se unieron y lo arrojaron por la ventana, desde donde cayó al suelo haciéndose trizas.
Por la mañana, cuando la madre del niño se aprestaba a limpiar las cenizas de la chimenea, soltó una exclamación de asombro.
Había un corazón hecho de plomo entre ellas.
¡Sé el primero en comentar!