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El toro negro de Norroway

Hace mucho tiempo, en un lugar llamado Norroway, vivía una viuda con sus tres hijas. Un día, le dijo la mayor:

—Madre, hornéame un pan y cocíname un filete, porque me voy a buscar mi fortuna.

Así lo hizo su madre y la hija acudió a ver a una vieja bruja lavandera, a la que le habló de su propósito. La anciana le ordenó que se quedara ese día y mirara por la puerta de atrás, viendo lo que pudiera ver. Ella no vio nada el primer día. El segundo día hizo lo mismo, pero tampoco pudo ver nada. Al tercer día volvió a mirar y vio que un carruaje tirado por seis caballos se acercaba por el camino. Entonces a decirle a la bruja lo que había visto.

—Bueno —dijo ella—, esa carroza es para ti.

Subió la chica al carruaje y se alejaron galopando.

La segunda hija le habló a la viuda:

—Madre, hornéame un pan y cocíname un filete, porque me voy a buscar mi fortuna.

Así lo hizo su madre y se fue la hija a ver a la vieja bruja, como había hecho su hermana. Al tercer día, mirando por la puerta trasera, vio que un carruaje tirado por cuatro caballos se acercaba por el camino.

—Bueno —dijo la anciana—, esa carroza es para ti.

Entonces subió al carruaje y partieron.

La tercera hija le habló a la viuda:

—Madre, hornéame un pan y cocíname un filete, porque me voy a buscar mi fortuna.

Así lo hizo su madre y se fue la hija a ver a la vieja bruja, quien le ordenó echar un vistazo por la puerta de atrás, y ver lo que pudiera. Ella lo hizo pero no pudo ver nada. El segundo día volvió a hacer lo mismo, y tampoco vio nada. Al tercer día volvió a mirar y dijo a la vieja bruja que no veía nada más que un gran toro negro que venía por el camino.

—Bueno —dijo la anciana—, ese toro es para ti.

A punto estuvo la muchacha de gritar con horror al escucharla, mas fue levantada y puesta sobre el lomo del animal, y se marcharon.

Viajaron hasta que la chica se desmayó de hambre.

—Come de mi oreja derecha —le dijo el toro negro— y bebe de mi oreja izquierda.

Ella hizo lo que le mandaba y se sintió maravillosamente satisfecha. Cabalgaron mucho y con fuerza, hasta que llegaron a un castillo muy grande y hermoso.

—Allá debemos pasar la noche —dijo el toro—, pues mi hermano mayor vive aquí.

Entraron en el lugar al instante. La levantaron de su espalda, la acogieron y enviaron al toro al jardín a pasar la noche. Por la mañana, cuando lo trajeron de nuevo al castillo, la chica fue conducida hasta un elegante y precioso salón. Allí le dieron una jugosa manzana, advirtiéndole que no la mordiera hasta que tuviera el peor problema que jamás hubiera aquejado a ningún mortal en el mundo, pues la manzana la sacaría de él.

De nuevo fue colocada sobre el lomo del toro y después de mucho cabalgar, más allá de todo lo que era capaz de mirar, llegaron a un castillo mucho más hermoso y grande que el anterior.

—Allá debemos pasar la noche —dijo el toro—, pues mi segundo hermano vive aquí.

Entraron en el lugar de inmediato. La levantaron de su espalda, la acogieron y enviaron al toro al jardín a pasar la noche. Por la mañana, llevaron a la chica a una habitación muy fina y ostentosa, y le dieron la pera más bella que había visto en la vida, ordenándole que no la mordiera hasta que tuviera el peor problema que jamás hubiera aquejado a ningún mortal en el mundo, pues la pera la sacaría de él.

De nuevo fue colocada sobre la espalda del toro y se marcharon. Cabalgaron mucho y con fuerza, hasta que llegaron al castillo más grande y lejano que habían visto.

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—Allá debemos pasar la noche —dijo el toro—, pues mi hermano pequeño vive aquí.

Entraron en el lugar al instante. La levantaron de su espalda, la acogieron y enviaron al toro al jardín a pasar la noche. Por la mañana la llevaron a una habitación, la mejor de todas, y le entregaron una ciruela, hasta que tuviera el peor problema que jamás hubiera aquejado a ningún mortal en el mundo, pues la ciruela la sacaría de él. Luego entraron en la casa al toro, colocaron a la muchacha sobre su lomo y se fueron.

Y así, cabalgaron y siguieron cabalgando, hasta que llegaron a una cañada oscura y fea, donde se detuvieron, y la chica bajó.

—Aquí debes quedarte hasta que yo vaya y me enfrente con el diablo —le dijo el toro—. Siéntate en esa piedra y no muevas ni manos ni los pies hasta que regrese, de lo contrario, nunca más te encontraré. Si todo lo que te rodea se vuelve azul, sabrás que he vencido al diablo; pero si todo se pone rojo, sabrás que él me ha derrotado.

La chica se sentó sobre la piedra y poco a poco, todo se volvió azul. Radiante de alegría, levantó uno de sus pies y lo cruzó sobre el otro, contenta de que su compañera saliera victorioso. El Toro regresó y la buscó, mas nunca pudo encontrarla.

Ella permaneció sentada y lloró hasta que se cansó. Finalmente se levantó y se fue, no sabía dónde. Deambulando, llegó a una gran colina de cristal, que intentó escalar en vano. Rodeó entonces la colina, sollozando y buscando un pasaje, hasta encontrarse con la casa de un herrero. El herrero prometió que si ella le servía siete años, él le haría unas botas de hierro, con las que sería capaz de escalar la colina de vidrio.

Al final de los siete años, consiguió sus botas de hierro, golpeó la colina vidriosa y llegó a la habitación de la vieja bruja lavandera. Allí, la anciana le habló acerca de un joven y valeroso caballero, que había llevado sus ropas manchadas de sangre, para ver quien podía lavarlas. Quien lo lograra se convertiría en su esposa.

La vieja bruja las había lavado hasta que el cansancio, luego llamó a su hija, y entre las dos se pusieron a lavar, lavar y lavar, con la esperanza de conquistar al apuesto caballero. Pero por más que frotaban con jabón, no podían sacar una sola mancha.

Finalmente, pusieron a la recién llegada a trabajar; y cada vez que frotaba, las ropas quedaban blancas y limpias, y la vieja lavandera le hacía creer al caballero que su hija había lavado la ropa. De modo que el caballero y la hija de la anciana se iban a casar, y la pobre damisela se sentía morir al pensarlo, pues se había enamorado locamente de él.

Entonces pensó en su manzana y, mordiéndola, la encontró llena de oro y joyas preciosas, las más valiosas que había visto en su vida.

—Todo esto —le dijo a la hija de la bruja—, te lo daré, con la condición de que pospongas tu matrimonio por un día y me permitas ir sola a su habitación por la noche.

La muchacha lo dio permiso; pero mientras tanto, la bruja preparó una bebida para dormir y se la dio al caballero, quien la bebió y no despertó hasta la mañana siguiente. Toda la noche, la chica lloró y cantó:

Siete largos años serví por ti,
La colina vidriosa escalé por ti,
Tu ropa ensangrentada lavé para ti;
¿No te despertarás y te volverás hacia mí?

Al día siguiente no sabía como ocultar su tristeza. Entonces mordió la pera y la encontró llena de joyas mucho más valiosas que las que habían surgido de la manzana. Con estas joyas, consiguió permiso para pasar una segunda noche en la habitación del joven caballero; pero bruja le había dado otra pócima para dormir, y nuevamente durmió hasta el amanecer. Toda la noche, ella lloró y se puso a cantar como antes:

Siete largos años serví por ti,
La colina vidriosa escalé por ti,
Tu ropa ensangrentada lavé para ti;
¿No te despertarás y te volverás hacia mí?

El caballero siguió durmiendo y ella perdió la esperanza.

Ese día, mientras cazaba, alguien le preguntó al joven que habían sido esos ruidos y lamentos que se escucharon toda la noche en su habitación.

—No he oído ningún ruido —dijo él.

Pero le aseguraron que lo había y esa noche, decidió que se quedaría despierto para descubrir si le decían la verdad. Llegó la tercera noche, y la muchacha mordió su ciruela, encontrándola repleta de joyas y oro, más ricos que los anteriores. Ella volvió a negociar y la vieja bruja, como antes, le llevó la bebida para dormir al joven caballero. Él le dijo que no podía beberla sin endulzar y cuando ella se fue a buscar la miel para endulzarla, él derramó la bebida, haciendo pensar a la anciana que se la había bebido.

Todos en casa se fueron a dormir. La chica entró a ver al caballero y de nuevo, se puso a cantar.

Siete largos años serví por ti,
La colina vidriosa escalé por ti,
Tu ropa ensangrentada lavé para ti;
¿No te despertarás y te volverás hacia mí?

Él la escuchó y abrió los ojos. Ella le contó todo lo que le había ocurrido, y él le contó todo lo que le había ocurrido a él. Entonces ordenó que la vieja bruja lavandera y su malvada hija fueran quemadas.

El caballero y la hija pequeña de la viuda se casaron, y hasta donde sé, siguen siendo muy felices.

El toro negro de Norroway 1

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