En nuestro capítulo anterior del cuento, nos dimos cuenta de que la protagonista se había encontrado con un bello príncipe en su cama, al cual había despertado al encender una vela. Y él, al notar que lo había descubierto, palideció de horror.
—¿Por qué tenías que hacerlo? ¡Nos acabas de condenar a los dos! —le dijo— Si tan solo hubieses sido paciente por un año, habrías podido salvarme. Mi madrastra me lanzó un maleficio y es por que durante los días, soy un oso. Pero cuando cae la noche vuelvo a mi forma original. Como faltaste a tu promesa ahora lo nuestro se ha terminado. Tengo que volver a su palacio, que se encuentra al este del sol y al oeste de la luna. Allí me casaré con una princesa que tiene la nariz larga como un troll.
La joven se echó a llorar y se lamentó por lo ocurrido.
—¿No hay nada que pueda hacer para remediarlo?
El príncipe negó con tristeza.
—¿Pero puedo ir a buscarte al palacio?
—Puedes, pero nunca conseguirás llegar. Está al este del sol y al oeste de la luna, y no existe ningún camino que lleve hasta él.
La niña lloró hasta que se quedó dormida y cuando despertó, tanto su esposo como el palacio se habían esfumado.
Después de secarse las lágrimas, echó a andar por en el mundo en su búsqueda hasta que llegó a las faldas de una gran montaña. Allí, una anciana jugaba con una manzana de oro entre sus arrugadas manos, y le preguntó si sabía como llegar al castillo que estaba al este del sol y al oeste de la luna, pues tenía que encontrar al príncipe.
—Ah, tú eres la muchacha con la que se quería casar —dijo la vieja—. Pues lamento decirte que no sé nada. Pero mira, llévate mi caballo y anda con él hasta la montaña más próxima, donde vive una amiga mía, quizá ella pueda decirte el camino. Llévate esta manzana contigo, tal vez te sea útil.
La chica se montó en el caballo y anduvo hasta la montaña siguiente, donde otra vieja estaba sentada con una devanadera de oro. Después de escucharla, la anciana se quedó pensando.
—Pues yo no sé nada, pero dirígete a la siguiente montaña y pregúntale a mi amiga, que es posible que pueda guiarte. Ten, te doy mi devanadera de oro. Nunca sabes cuando vas a necesitar una.
La joven volvió a montar en el caballo y anduvo hasta la tercer montaña, donde otra mujer mayor estaba tejiendo una falda de oro.
—Yo nada sé de ese palacio del que hablas, pero seguro que el Viento del Este te puede indicar por donde ir —le dijo ella—. Sigue cabalgando hasta encontrarte con él. Toma, llévate esta falda de oro que te puede servir.
Y así, la niña estuvo cabalgando por largos días entre las montañas, hasta que se encontró con el Viento del Este.
—Yo no he escuchado hablar de ese palacio —le dijo él—, pero tal vez mi hermano pueda ayudarte.
CONTINUARÁ…
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