Cuentos de Hadas

Al este del sol y al oeste de la luna (6ta parte)

En el capítulo anterior de nuestro cuento, nos dimos cuenta de que el príncipe había esperado despierto a que la misteriosa muchacha que lo había visitado antes, llegara una vez más. Esta vez, cuando la niña lo sacudió, él se levantó de inmediato y se alegró muchísimo de verla ahí.

—Llegaste a tiempo para salvarme —le dijo—, mi boda con la princesa es mañana. Yo no siento ningún afecto por ella, únicamente te quiero a ti. Así que voy a someterla a una prueba que solamente tú serás capaz de cumplir y entonces seremos libres.

Al día siguiente, cuando la chica se fue de su habitación, el príncipe tomó la camisa que se le había manchado de cera, la noche que ella lo había espiado.

—Antes de casarme con mi prometida, me gustaría ver si es capaz de atenderme como me merezco —anunció—, tengo aquí esta camisa que es mi favorita. Me gustaría ponérmela en la boda, pero tiene tres manchas de cera. Solamente me voy a casar con aquella que sea capaz de quitarlas por completo.

Como aquello le pareció justo a su madrastra, le entregaron la prenda a la horrorosa princesa, quien por más que trató de tallar las manchas con jabón no consiguió quitarlas. De hecho, mientras más se esforzaba, más negras y grandes se volvían. Solo las mismas manos cristianas que las habían vertido, tendrían el poder de hacerlo.

—¡Bah! Tú no sabes como se hace —la riñó su madre—, trae para acá.

Y cuando ella misma intentó fregar las manchas, el tamaño y color de estas empeoró.

Así, la camisa fue pasando por las manos del resto de las mujeres que servían en el palacio, sin que ninguna de ellas consiguiera devolverla a su estado original. Fue entonces cuando el príncipe volvió a hablar.

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—Ninguna de ustedes sabe siquiera lavar una camisa. Debajo de aquella ventana, hay una humilde mendiga, que estoy seguro de que lo haría mejor que ustedes. ¡Ven, muchacha! Lávame la camisa, por favor.

Y entonces pasó la niña a tomar la prenda, la cual puso debajo de un chorro de agua clara y frotó con sus manitas, hasta que las manchas desaparecieron por completo. Cuando terminó, la camisa estaba suave y blanca como la nieve.

—Sí, es a ti a quien quiero como esposa —dijo el príncipe radiante—, contigo me voy a casar.

Al escuchar esto, la horrible princesa sintió tanta rabia que explotó en el acto. Lo mismo ocurrió con su madrastra y una vez que el palacio al este del sol y al oeste de la luna quedó libre de sus malignas presencias, el príncipe fue capaz de liberar a los prisioneros cristianos que lo habían ayudado.

Luego, tomó todo el oro y toda la plata que su madrastra ocultaba en una cámara secreta, y se marchó lejos con su esposa. Nunca nadie los volvió a ver por esos rumbos, pero dicen por ahí que son más felices que nunca, y que viven en un castillo rodeados de niños.

FIN

Al este del sol y al oeste de la luna (6ta parte) 1

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