En el capítulo anterior de nuestro cuento, vimos que la amada del príncipe había logrado llegar por fin al palacio que se encontraba al este del sol y al oeste de la luna. Una vez que estuvo allí, se sentó debajo de una de las ventanas del castillo y se puso a jugar con la manzana de oro que le habían regalado. Fue ahí donde la vio la princesa con la que iban a casar al príncipe, una muchacha nariguda y fea como un troll, cuyo corazón era egoísta y mezquino.
Se acercó a la ventana y le habló pues, a la joven:
—Oye, ¿qué quieres a cambio de esa manzana de oro? —le preguntó altivamente.
—Te la regalo si me dejas pasar una noche al lado del príncipe —le respondió la chica astutamente.
—Hazlo si quieres —le respondió la princesa, tomando la manzana y alejándose con ella.
Esa misma noche, la niña se metió en la habitación del príncipe y lo encontró profundamente dormido. Por más que trató de despertarlo, no lo logró y muy triste, tuvo que dejar la recámara al amanecer cuando la princesa volvió y le ordenó que se marchara.
Al día siguiente sacó su devanadera de oro y se puso a hilvanar hilo bajo la misma ventana.
—¿Qué quieres por esa devanadera de oro? —le preguntó la princesa, volviéndose a interesar en lo que estaba haciendo.
—Te la doy si me dejas pasar otra noche con el príncipe —le pidió la muchacha.
—Hazlo si quieres —le dijo la otra, tomando la devanadera y retirándose a sus aposentos la mar de contenta.
Y una vez más fue nuestra protagonista a ver al joven, quien seguía durmiendo de un modo tan profundo que siguió sin poderse despertar. Por más que lo sacudió y lo habló, él no reaccionaba. Y ella se sintió desesperada cuando amaneció y su prometida la echó de nuevo.
Esa misma mañana, se colocó bajo la ventana y se vistió con su falda de oro, no tardando en llamar la atención de la fea princesa, cuyos ojos brillaron de codicia al mirar una prenda tan hermosa.
—¿Qué quieres por esa falda de oro? —le preguntó.
—Es tuya si me dejas pasar una última noche con el príncipe.
—Hazlo si quieres —dijo la princesa maliciosamente, tomando la falda para ella y retirándose.
Pero dio la casualidad de que esa misma tarde, unos cristianos que se hallaban prisioneros en un calabozo al lado del dormitorio del príncipe, abrieron un hueco por la pared y le contaron que las noches anteriores, habían escuchado llorar a una jovencita mientras lo llamaba.
Muy intrigado por esto, el muchacho espero a que la princesa le llevará la sopa que le hacía comer cada noche, antes de acostarse.
El príncipe hizo como que se la tomaba pero en cuanto ella salió de la habitación, la escupió en una vasija cercana y fingió que se acostaba. Al poco tiempo escuchó unos frágiles pasitos que entraban y su corazón se puso a latir como loco.
CONTINUARÁ…
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