En la parte previa de nuestro cuento, nos dimos cuenta de que el menor de los hijos del rey enfermo llegó a un maravilloso castillo, gracias a la ayuda del enano con el que sus hermanos mayores habían sido tan malos. Después de amansar a las bestias que cuidaban la entrada, entró en el palacio y se encontró con que allí había una jovencita preciosa, toda vestida de oro y tocada con una sonrisa angelical.
—¡Llevaba una eternidad esperándote! —le dijo ella— Todo este tiempo he sido víctima de un hechizo que me impedía salir de este castillo, pero tu llegada ha roto el encantamiento. Ahora sé que debes marcharte, antes de que den las doce. Pero regresa dentro de un año y me casaré contigo.
Enamorado a primera vista de la princesa, el muchacho le prometió que así lo haría y luego, ella le mostró la fuente de donde podría recoger el agua que necesitaba para salvar a su padre. Tras llenar un frasquito con el precioso líquido, el príncipe volvió a montar en su caballo y se dispuso a regresar a casa. En el camino volvió a encontrarse con el hombrecito que le había ayudado, y le preguntó si había visto a sus hermanos, pues no los había encontrado mientras iba hacia la fuente.
—Tus hermanos se han quedado atrapados debido a su codicia y mala voluntad —le respondió el duende—, pero tú puedes liberarlos con tu buen corazón. Sigue a casa y en el camino te encontrarás con ambos, ¡pero ten mucho cuidado! Pues son engañosos y malvados.
El príncipe prosiguió con su viaje y tal y como le había dicho la criatura, no tardó mucho en reencontrarse con sus hermanos.
Ya reunidos, los tres volvieron al castillo de su padre, quien bebió el agua de la vida que el menor había recogido. En menos de un instante el rey pareció rejuvenecer diez años, y saltó de la cama diciendo lo bien que se sentía, para alegría de sus consejeros. El príncipe le contó todas las aventuras que había vivido para conseguir aquel líquido precioso, y le habló sobre la princesa que le estaba esperando.
—No se hable más, ¡que los sirvientes dispongan todo para la boda! —ordenó el monarca, lleno de felicidad— ¡Mañana mismo celebraremos el matrimonio de mi hijo!
La noticia fue anunciada a los súbditos y todos en el reino se regocijaron por tan feliz noticia. La única excepción fueron los hermanos mayores del muchacho, quienes desde que se habían encontrado con él afuera del palacio, habían sentido una gran envidia por lograr lo que ellos no habían podido.
Entonces, cada uno pensó que, ya que no habían podido obtener la recompensa de su padre, al menos podrían quedarse con la princesa del castillo encantado.
—Voy a partir hasta el palacio de la fuente para suplantar a mi hermano —dijo cada uno de ellos, regodéandose— y me presentaré como el salvador de la princesa. Así, seré yo quien el que se case con ella.
CONTINUARÁ…
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