Había un hombre que vivía en una casa de campo, trabajando el suelo para ganarse la vida. Todos los días iba al campo para revisar sus cosechas y luego se trasladaba al mercado, con el fin de vender lo que sacaba de la tierra. Siempre lo ayudaba un asno al que tenía desde hace mucho tiempo, sobre el cual cargaba sus herramientas para sembrar y los vegetales que vendía en la ciudad.
Sin embargo, el tiempo pasaba y el animal iba envejeciendo. Ya no soportaba las largas jornadas al sol como antes y cada vez caminaba a menores distancias.
Fue por eso que su amo decidió comprarse un caballo joven y robusto, que pudiera compensar la vejez del asno.
Cuando el nuevo animal llegó a casa, andaba con la cabeza muy en alto y miraba con desdén a su compañero. No sentía que el asno fuera digno de seguir viviendo ahí, pero como el amo seguía queriéndolo mucho, tuvo que conformarse con compartir el estable.
Al día siguiente, muy temprano por la mañana, el campesino los alistó a ambos para ir a revisar los sembradíos.
Fueron caminando hasta las tierras donde él cosechaba sus productos y allí mismo, él llenó varias alforjas con fardos, de los cuales puso la mitad en la espalda del asno y la otra mitad sobre la del caballo. Luego se fueron al mercado para vender.
El pobre asno, cada vez más fatigado por el peso que llevaba, se sentía desfallecer con cada paso que daba. Justo cuando iban a mitad del camino, se dirigió al caballo, que iba a su lado y le pidió que lo ayudara.
—Por favor —le dijo—, ¿podrías cargar la mitad de los fardos que llevo sobre mi lomo? Sé que ya llevas tu propia carga, pero yo estoy muy viejo y siento que ya no puedo más. En cambio tú eres joven y para ti, llevar un poco más sería algo muy sencillo. No tienes idea del enorme favor que me harías.
El caballo, no obstante, dejó escapar una risa desconsiderada y lo miró con frialdad.
—¡Hay que ver el descaro que tienen algunos! —exclamó— No pienso hacer nada por ti, ¡arreglátelas como puedas!
Y dicho esto volvió a relinchar, riendo sin compasión. Así hasta que el pobre asno se desplomó sobre el suelo y de ahí, no volvió a levantarse más. Con tristeza, su amo se dio cuenta de que no podría trabajar más para él. Así que tomó toda su carga y la colocó en los lomos del caballo, quien muy tarde se daba cuenta de lo mal que había actuado.
Moraleja: Lo que este cuento para niños acaba de enseñarnos, es que es muy importante ayudarnos los unos a los otros, pues solo apoyándonos podremos hacer que nuestro entorno sea un lugar mejor. Si el día de hoy te burlas de la desgracia de tus amigos, vecinos o de tu familia en vez de ayudarlos, puede que el día de mañana tú también pases un mal momento.
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