¿Recuerdas dónde nos quedamos en el capítulo anterior de nuestro cuento? Había un niño precioso con la piel tan blanca como la nieve y las mejillas tan rojas como la sangre, con una madrastra que le tenía muchísima envidia. El diablo le había inspirado sentimientos muy feos en su contra, ya que deseaba que toda la fortuna de su padre fuera solo de su hija.
Cierto día en el que ella se encontraba haciendo sus quehaceres, su hijita se le acercó muy hambrienta:
—Mamá, ¡quiero una manzana!
—Claro, hija mía —y enseguida la mujer abrió un baúl para sacar una manzana grande y roja, que le entregó a la niña.
Aquel baúl, por cierto, tenía una tapa sumamente pesada y enorme, con una cerradura hecha de hierro sólido, sumamente afilada.
—¿No puedes darle también una manzana a mi hermanito? —le preguntó ella.
—Sí, sí, cuando regrese de la escuela se la doy —dijo ella malhumorada.
Entonces, cuando el pequeño volvía de la escuela, el demonio volvió a susurrarle a la mujer al oído y ella le quitó la manzana a su hija.
—¡No puedes tenerla tú antes que tu hermano! —exclamó, colocando la fruta de nuevo en el baúl.
Cuando el niño entró por la puerta, sonrió falsamente y le habló fingiendo dulzura, aunque sin poder ocultar la rabia que tenía en los ojos:
—Hijito mío, ¿te gustaría comer una manzana?
—Mamá, esa cara tuya me asusta. ¡Pero sí, sí quiero comer una manzana! —respondió él.
—Entonces acércate —dijo ella, abriendo la tapa del baúl—, puedes cogerla tú mismo.
En ese instante, cuando el niño se agachó para tomar la fruta, la malvada madrastra dejó caer la tapa y esta le cortó la cabeza, que fue a dar entre las otras manzanas. Fue entonces cuando la angustia se apoderó de ella y se arrepintió muchísimo de lo que había hecho. Volvió a abrir el baúl, colocó la cabeza del niño sobre su cuello y le ató un pañuelo blanco alrededor para disimular la herida, como si fuera una bufanda. Luego lo sentó a la mesa con una manzana en la mano.
Un rato después, su hijita volvió a entrar en la cocina mientras ella hacía la comida.
—Mamá, acabo de ver al hermanito sentado en la mesa con una manzana, está tan pálido que parece muerto. Le pedí que me diera la manzana pero no me respondió. ¡Me da miedo!
—Vuelve con él y si sigue sin responderte, ¡le pegas un coscorrón!
Volvió la niña con el hermanito y le dijo:
—Hermano, ¡dame tu manzana! —y como él no le contestó, le dio un coscorrón que provocó que la cabeza se le cayera de nuevo.
La chiquita se volvió muy asustada hacia su mamá, llorando y gritando.
—¡Mamá, mamá! ¡Le he cortado la cabeza a mi hermanito!
—¡Hijita mía, ¿pero qué hiciste?! —dijo la madre— ¡Calla, que nadie lo sepa! Deja de llorar. No hay más remedio, ¡vamos a tener que cortar a tu hermanito y cocinarlo como estofado!
CONTINUARÁ…
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