¿Recuerdas lo que pasó en el capítulo pasado de nuestro cuento? La malvada madrastra le había quitado la vida al inocente niño, ¡y luego le había echado la culpa a su hermanita! Esa misma noche preparó un estafado con él, mientras la pobre niña lloraba y lloraba. Tantas lágrimas soltó, que una a una fueron cayendo dentro del puchero y no hubo ni siquiera necesidad de agregarle sal.
Por la noche, el padre regresó a la casa como de costumbre y lo primero que hizo, fue notar la ausencia de su hijo.
—¿Se puede saber en dónde está mi hijito? —preguntó.
Su esposa, haciendo como que no lo había escuchado, le sirvió un plato lleno de estofado con salsa negra y caliente. Detrás de ella iba la niña, que seguía llorando sin parar.
—¿En dónde está mi hijito? —volvió a preguntar su marido.
—¡Ay! El niño se ha marchado a casa de sus abuelitos —le mintió la madrastra—, dijo que quería pasar una temporada de vacaciones con ellos.
—¿Y qué es lo que piensa que va a hacer ahí? ¡Si ni siquiera se despidió de mí antes de irse!
—Es que estaba muy impaciente por irse y no lo pude detener. Pero no te preocupes, solo estará con ellos seis semanas y lo van a cuidar muy bien.
—¡Uy! Esto no me gusta nada, al menos podría haber esperado para decirme adiós —se quejó el padre, empezando a comer.
Luego se dio cuenta de que su hija se veía muy triste y le hablo.
—¡Pero hijita! ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras así? No estés triste, que ya volverá tu hermanito —le dijo, a la vez que se relamía de gusto al comer su plato de estofado—. Pero que buena está la comida, mujer, sírveme más por favor.
Tanto comió el padre que no quedó ni pizca de carne, solamente los huesos, que la niña tomó y envolvió en su más lindo pañuelo de seda. Luego salió al jardín y los enterró debajo del enebro, y por primera vez en todo el día, sintió que la tristeza la abandonaba para ser reemplazada por un sentimiento de paz.
En ese instante, el enebro se movió como si estuviera bailando de alegría y una espesa niebla rodeó al árbol. La pequeña vio como una llama surgía de la tierra, elevándose hasta convertirse en un hermoso pajarito que salió volando muy alto, cantando melodiosamente.
«Cucú, cucú, mi madre conmigo terminó,
cucú, cucú, mi padre me comió,
y mi inocente hermanita mis huesos enterró
Cucú, cucú, los puso en su bonito pañuelo
cucú, cucú que es de seda, muy lindo
y al pie del enebro los guardó».
La niña miró entonces hacia el cielo y se dio cuenta de que aquel pájaro tan bonito era su hermanito. ¡Una vez más estaba con vida! Y ahora era libre para ir adonde quisiera y recorrer el mundo a sus anchas. Así que agitó su manita para despedirse de él, esta vez con lágrimas de felicidad.
FIN
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