Había una vez, hace mucho tiempo, una familia muy pobre que vivía cerca de la ciudad de Belén. Ellos tenían un niño que, a pesar de la difícil situación, siempre estaba alegre y era muy cariñoso con sus padres. Su padre trabajaba como pastor en los campos de la región y su madre se ocupaba de la casa. Siempre vestían ropas viejas y zapatos rotos, y a veces no tenían lo suficiente para comer. Lo único de valor que les quedaba era el gran amor que poseían los unos hacia los otros.
Un día, aprovechando un chispazo de suerte, el niño recibió un regalo de sus padres que le alegró la vida: era un reluciente tambor nuevo. Lleno de felicidad se pasó a tocar, una y otra vez, cantando para los otros pastores que lo miraban con simpatía.
A partir de entonces fue conocido como el niño del tambor, porque siempre se la pasaba tocando.
Pasaron los meses y llegó el invierno. César Augusto, el gobernante de aquel territorio, ordenó que todas las personas debían registrarse en un censo, por lo cual muchísimas personas viajaron hasta Belén. Entre ellas venía una pareja de recién casados que vivía en Nazaret, un carpintero y su mujer, quien estaba embarazada.
La noche había caído sobre la ciudad y las pasadas estaban a reventar de gente. Tanto así, que el único lugar en el que pudieron refugiarse del frío, fue un establo viejo y pequeño. Pocos sospechaban de lo que estaba a punto de ocurrir en aquel lugar tan pobre: la esposa del carpintero era la Virgen María y estaba por dar a luz al Hijo de Dios.
Desde el cielo, los ángeles anunciaron su llegada colocando una estrella resplandeciente, que indicó a los pastores que fueran a adorar a su nuevo rey. Llenos de esperanza, todos reunieron algunas ofrendas para acudir al pesebre. Pero el niño del tambor estaba triste, porque él no tenía nada que darle.
—¡Ya sé! —se dijo— Voy a llevarle un poco de música, tocada desde el corazón.
Y así fue. Al llegar al establo y ver como todos los pastorcitos le regalaban al bebé mantas, leche, quesos y pañales, el pequeño se sintió un poco avergonzado. ¿Por qué que era una canción a comparación de todos aquellos presentes?
Suspirando de tristeza, tomó las baquetas de su tambor y rítmicamente comenzó a tocar mientras cantaba…
Quisiera poner a tus pies, un presente que sea de tu agrado, Jesús. Más bien sabes que soy muy pobre y lo único que tengo, es mi amado tambor…
Al escucharlo, al bebé se le iluminaron los ojos y agitó sus manitas de felicidad, pues sabía que el niño del tambor le estaba tocando con todo su corazón. La Virgen María y su esposo, San José le sonrieron llenos de agradecimiento.
Esa Navidad, la primera que se celebró en el mundo, fue la más dichosa de todas para el niño del tambor, de quien todos los años nos acordamos a través de un villancico.
ME GUSTAN ESTOS CUENTOS POR QUE ME HACEN RECORDAR!