En el capítulo anterior de nuestra historia, vimos que el menor de los príncipes había pasado una noche tranquila en la segunda posada. Cuando volvió a salir al campo para encontrarse con la zorra, esta le reveló algo increíble.
—Escucha, el pájaro de oro al que estás buscando se encuentra en un palacio a pocos kilómetros de aquí. Tienes que entrar en él muy sigilosamente, pues hay varios soldados que duermen. No te preocupes, no se despertarán en tanto hagas lo que te digo. Entra en el castillo y verás dos jaulas: una es de madera y la otra de oro puro. El pájaro está en la primera, tómalo y sal. Pero por ningún motivo intentes llevarte la jaula de oro o despertarás a los guardias.
El muchacho prometió que no lo haría y volviendo a montarse en su cola, se fueron a toda prisa al palacio.
En el piso del patio los soldados dormían y roncaban a pierna suelta. Cuando el príncipe entró, vio las dos jaulas que le había dicho la zorra y tomo la de madera para salir. Sin embargo, antes de que diera otro paso la belleza de la jaula restante lo deslumbró.
—Es una pena que un ave tan hermosa tenga que estar en una jaula tan fea —se dijo—, es justo que se la cambie.
Pero apenas tocó la jaula de oro, todos los soldados se despertaron y lo arrestaron, llevándolo ante el rey de aquel palacio.
—Si me hubieses pedido que te obsequiara el pájaro de oro, lo habría hecho con mucho gusto —le dijo él—, ahora para que te perdone esta ofensa, tendrás que traerme el caballo de oro que es más rápido que el viento. Si me lo traes, el pájaro será tuyo.
—¡Qué inconsciente fuiste! —le dijo la zorra al príncipe— Bueno, vamos a buscar al caballo de oro. Está en las caballerizas del siguiente palacio. Allí, todos los mozos de cuadra duermen, así que debes entrar de puntillas. Vas a ver dos sillas de montar, una de madera y otra de cuero muy fino. Toma la de madera para el animal y no toques la de cuero, pues de lo contrario los mozos despertarán y te acusarán con el rey.
Fueron pues hasta el siguiente castillo y cuando el joven entró en los establos, vio a un montón de chicos durmiendo y un caballo precioso, cuyas crines y pelaje resplandecían como el oro. Cuando fue a ponerle la silla para sacarlo, pensó que era una lástima que un equino tan bello se tuviese que conformar con la de madera, así que tomó la de oro y todos los mozos se despertaron, dándole aviso al rey.
—Que vergüenza, si me hubieses pedido mi caballo te lo habría dado sin preguntar —dijo el soberano—, ahora vas a tener que ganártelo. Tráeme a la princesa que vive en el Castillo de Oro y te perdonaré por quererme robar. No te preocupes. Si la besas, ella aceptará seguirte adonde quiera que vayas.
CONTINUARÁ…
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