Como vimos en el capítulo anterior de nuestro cuento, el hijo mayor del rey se detuvo a escuchar a la zorra que se le atravesó en el camino, estando a punto de matarla con una flecha. Ella le aseguró que de perdonarle la vida, le daría un valioso consejo.
—Ahora escúchame con atención —le dijo—, más adelante hay dos posadas en las que puedes pasar la noche. En una siempre están de fiesta y se vive una gran alegría, y la otra parece gris y muy aburrida. Por lo que más quieras no entres en la primera; hospédate en la otra aunque luzca como un lugar deprimente.
—Que palabras más tontas, ¡como se atreve esta criatura a decirme a mí lo que tengo que hacer! —muy indignado, el príncipe disparó su flecha pero con tanta suerte, que la zorra la pudo esquivar y meterse a su madriguera antes de que la atrapara.
Cuando el muchacho prosiguió con su camino se encontró con las dos posadas y sin recordar la advertencia de la zorra, entró en la primera, de la que ya no volvió a salir por estar enviciado con el juego y la bebida que tenían en ella.
Pasado un tiempo, se puso el segundo hermano en la tarea de traerle a su padre el pájaro de oro. A mitad del sendero se volvió a encontrar con la misma zorra que le había hablado al mayor, la cual le dio la misma advertencia a cambio de perdonarle la vida. Sin embargo, como el príncipe de en medio también era testarudo y arrogante, la ignoró para irse a meter en la posada donde todos los días había fiesta.
Y ahí se dedicó con el primogénito a perder el tiempo.
Entonces el hermano menor tomó su caballo y con el permiso del rey, salió a buscar al pájaro por su cuenta. En el camino, se topó con la zorra que había advertido a sus hermanos y esta le habló.
—No me mates por favor, compádecete de mí y prometo aconsejarte algo muy bueno.
—No tengas miedo, zorrita, que yo jamás te haría daño —le respondió él—. Puedes estar tranquila.
—Muchas gracias, ya verás que no vas a lamentarlo. Anda, ven y súbete en mi cola para que viajes más rápido.
Y el muchacho dejó su montura y se subió en la cola de la zorra, que lo llevó hasta el poblado en el que se hallaban las dos posadas.
—Ahora no olvides esto, no debes entrar en la posada alegre o nunca terminarás tu viaje —dijo la zorra—. Hospédate en la segunda posada, aunque se vea más aburrida.
El joven, muy extrañado, resistió las ganas que tenía de entrar en el hostal tan festivo donde se encontraban sus hermanos. En lugar de eso durmió en el otro, donde durmió tranquilamente. Por la mañana salió de nuevo al campo y la zorras se volvió a reunir con él.
—Ya que me escuchaste, te diré lo que tienes que hacer a continuación —dijo ella.
CONTINUARÁ…
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