Había una vez dos ranitas que eran muy amigas y vivían en un charco del pantano. Todos los días jugaban juntas en el agua, cantando y saltando de un lado a otro. Los pajaritos las saludaban y ellas respondían con mucha alegría. Un día, una de las ranitas le hizo una pregunta a la otra que la puso a pensar:
—Oye amiga, ¿alguna vez has pensado que sucedería si nuestro charco se secara? ¿Qué es lo que haríamos entonces?
—No te preocupes —le dijo la otra ranita, sonriendo—, ¡eso nunca pasará! Y si llega a pasar, pues bueno, ya encontraremos otro charco para vivir. Después de todo, el pantano está lleno de ellos.
Y sin más siguieron jugando.
Pero he aquí que un día, el peor de sus temores se hizo realidad. Aquel verano el sol calentó la Tierra más que nunca y toda el agua que había en aquel charco, se evaporó hasta dejarlo seco.
—¡Oh no! —lloró una de las ranitas— ¡No puede ser! No ha quedado ni gota de agua.
—Calma amiga, no estés triste —le dijo la otra—, vamos a buscar un nuevo charco. Te aseguro que encontraremos uno que será mil veces más bonito que este.
Y así, las dos ranitas se pusieron a saltar y a buscar por todo el pantano. Había muchos charcos, pero ninguno de ellos terminaba de convencerlas.
—¿Qué tal este? —decía una— Se ve casi igual al que teníamos.
—Pero aquí el agua no es tan clara como en nuestro charco anterior. ¿Qué te parece este de acá? Se ve muy agradable.
—Pero no es tan grande como nuestro charco anterior.
Buscaron y buscaron, hasta que finalmente, dieron con una charca hermosa, profunda y muy acogedora.
—¡Esta es, esta es! ¡La encontramos! —dijo una ranita— Aquí vamos a vivir de ahora en adelante.
—Es muy linda —dijo su amiga—, ¡y mira lo grande que es! De hecho, parece aun más grande que la que teníamos.
—Ven, vamos a nadar, no puedo esperar por estrenar nuestro nuevo hogar.
Justo cuando la primera ranita iba a saltar, su amiga pensó en algo y fue a detenerla.
—¡Espera!
—¿Qué pasa?
—¿Qué tal si este charco también se llega a evaporar como el otro? Es tan profundo, que si se llegara a secar nos quedaríamos atrapadas en el fondo. ¿Y entonces cómo vamos a salir?
—Tienes razón, no había pensado en eso —la otra ranita se puso a pensar—. ¡Ya sé! Vamos a hacer una escalera con juncos. Así, si el agua se seca, podremos asegurarnos de salir.
Las ranitas hicieron la escalera y la colgaron de la rama de un árbol. Después se metieron a nadar al charco y ahí se quedaron a vivir por mucho tiempo. No sabían si para siempre, pero en caso de que el sol volviera a hacer de las suyas, iban a estar preparadas.
Moraleja: Lo que este cuento infantil nos enseña es que antes de llevar a cabo cualquier acción, debemos pensar en las consecuencias que puede tener, tanto para los demás como para nosotros mismos.
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