Cuentos Clásicos para Niños

El pájaro de oro (1ra parte)

Adaptación de un cuento para niños de los Hermanos Grimm.

Había una vez un rey que tenía un hermoso palacio, rodeado por el jardín más maravilloso que te puedas imaginar. En ese jardín existía un árbol del que crecían valiosas manzanas de oro y era por lo tanto, el tesoro más grande del soberano.

Pero un día, se dio cuenta de que cada mañana el árbol tenía menos manzanas que ayer, por lo que pensó que alguien se las estaba robando.

El rey, que tenía tres hijos varones, le ordenó al mayor que montara guardia durante la noche para atrapar al ladrón. Pero con tan mala suerte que el muchacho se quedó dormido y cuando despertó, otra manzana había desaparecido.

Mando entonces el rey a su segundo hijo para que vigilara el árbol. Y él, que tampoco pudo resistir, dejó que sus ojos se cerraran y no se enteró de cuando robaron una manzana más.

El hijo menor del rey era un jovencito muy poco espabilado y más bien algo torpe, en el que su padre no confiaba mucho. Aun así, después de mucho suplicarle para que le dejara intentar, el monarca le otorgó su consentimiento para vigilar su jardín.

Aunque el muchacho se caía de cansancio, en ningún momento cerró los ojos y justo cuando estaba a punto de darse por vencido, vio que un pájaro con las plumas de oro se acercaba hasta el árbol, cogía una manzana en su pico y la arrancaba de él. Asombrado, el príncipe tomó su arco y su flecha y le disparó. Aunque no logró derribar al animal, si que le quitó de sus plumas, la cual cayó resplandeciendo al piso.

El joven la recogió y a la mañana siguiente se la llevó a su padre, quien se puso a examinarla de cerca.

—Será mejor que consulte esto con mis consejeros —dijo, después de escuchar la extraordinaria historia de su hijo.

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Habló pues con sus hombres y estos le dijeron que aquella pluma valía tanto como su reino completo, lo que encendió la codicia del soberano.

—Si es verdad lo que dicen, entonces no basta con tener una sola pluma. ¡Quiero tener el pájaro completo! —exclamó.

Así, volvió a llamar al mayor de sus hijos, al que le encomendó ir a buscar al ave sin distraerse por el camino. El príncipe le prometió traerle al pájaro de inmediato, preparó sus cosas para el viaje y salió montado en su caballo.

A mitad del camino se topó con una zorra y al verla tan bonita, decidió que la quería como trofeo. Sin embargo, cuando estaba a punto de atravesarla con su flecha, ella le habló:

—Por favor, no me mates, te pido que me perdones la vida —le suplicó—. Si lo haces, voy a darte un consejo y te aseguro que no te vas a arrepentir.

El joven frunció el ceño y se preguntó como era posible que un animal tan humilde se atreviera a hablarle así. Pero tal vez, se dijo, tuviera algo interesante que revelarle.

CONTINUARÁ…

El pájaro de oro (1ra parte) 1

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