Juan era el menor de los hijos de un humilde hombre que vivía en una tranquila comarca. Nunca en su vida había sentido temor hacia nada, ni a las historias de fantasmas, o los relámpagos o los monstruos. Es por eso que todos en el lugar lo conocían como Juan sin Miedo.
Un día, él emprendió un viaje para descubrir si conseguía tener miedo, pues era una sensación que jamás había experimentado. Así fue que llegó a un reino magnífico, donde los soldados del rey habían colgado un edicto en la plaza principal: «Al hombre que sea capaz de pasar tres noches completas en el castillo embrujado, le concederé la mano de mi hija».
Juan sin Miedo aceptó el desafío y pidió una audiencia con el rey, para comunicarle que él entraría en el palacio embrujado. A su lado estaba la princesa, hermosa como el amanecer y ambos se enamoraron a primera vista.
—Puedes entrar en el castillo —aceptó el soberano—, pero te advierto que nadie ha conseguido pasar las tres noches allí.
Pero Juan sin Miedo no se dejó amedrentar por su advertencia. Fue al castillo, encendió la chimenea y durmió comódamente en el saco que había llevado consigo. Así fue hasta que un fantasma lo despertó, emitiendo sonidos escalofriante a su oído.
—¿Cómo te atreves a despertarme con tus juegos de espíritus? —le dijo Juan sin Miedo y tomando unas tijeras, cortó las sábanas que lo cubrían, haciendo que huyera despavorido.
Cuando a la mañana siguiente, el rey fue a comprobar como estaban las cosas, se quedó impresionado con su temple.
La segunda noche, Juan sin Miedo fue despertado por una bruja, que quería comerse su corazón.
—¡Bruja maleducada! Ya verás lo que te vas a comer —y sin más, Juan sin Miedo le vertió encima un jarrón de agua, que hizo que la bruja se derritiera sin remedio.
Cuando el rey volvió a comprobar que siguiera en el castillo, no cabía en sí de asombro. Finalmente, la tercera noche, Juan fue despertado por un abominable dragón que echaba fuego por sus fauces. Pero él le dio un golpe en la cabeza arrojándole la silla más cercana y la bestia se fue llorando.
—¡Qué molestas son todas estas criaturas! —exclamó Juan— No lo dejan dormir a uno en paz.
Al día siguiente, el rey se dio cuenta de que había pasado la prueba y con gran alegría, anunció el compromiso de su hija. La boda se llevó a cabo con todo lujo y Juan sin Miedo y la princesa, fueron muy dichosos al poder estar juntos. Sin embargo, él todavía no conocía lo que era el miedo.
Pasó la noche de bodas y por la mañana, al ver que su esposo no había despertado, la princesa tomó una jofaina con agua helada y se la echó encima, provocando que se despertara con un alarido.
—¡Qué susto! —gritó Juan.
—Parece querido, que por fin te has dado cuenta de lo que es el miedo —le dijo la princesa, risueña.
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