En el corralito del pastor había un rebaño completo de ovejas. Todas eran blancas excepto una, la infeliz oveja negra. De su lana oscura solían burlarse mucho las otras ovejitas y hasta su mamá parecía quererla menos, lo cual le había hecho volverse amargada y llena de resentimiento.
El tigre se fijó muy bien en esto y pronto se le ocurrió un plan para llenarse la barra. Fue más allá del tunal y encontró un sitio precioso, al lado de un bebedero de aguas claras, a la sombra de los árboles.
—Oye, triste ovejita negra —dijo él—, que mal lo pasas aquí, teniendo que soportar tantos desprecios. ¿Por qué mejor no te vas al cerro? Allí lo pasarías muy bien, sin que el pastor trasquile tu lana y sin que tus blancas hermanas te compliquen la vida.
—Pero si me salgo de aquí, tú vas a comerme en el primer matorral.
—No seas mal pensada, amiga oveja —dijo el tigre, fingiendo estar disgustado—, si tan solo lo intentaras te darías cuenta de que soy tu mejor amigo. La carne de cordero me causa indigestión, lo mismo que la de oveja. Así que te doy mi palabra, no hay nada que temer.
La pequeña oveja lo pensó bien y decidió confiar en el tigre, escapando del corral y saltando por encima del alambre de púas, que cercaba a sus hermanitas. Fue al cerro detrás del tigre y se instaló junto al bebedero bajo los árboles.
Cierto fue que los primeros días tuvo mucho miedo, miedo de estar sola y de que su anfitrión olvidara su promesa. Pero al pasar una semana, pronto comenzó a sentirse a gusto con su nueva vida. Todos los días saltaba alegre y tomaba el sol en los pastizales. Dormía arrullada por el sonido del agua y balaba en la cima del cerro, como si quisiera gritarle al mundo lo feliz que se sentía.
Cierta mañana fue saludarla el tigre.
—Buenos días, amiga oveja, mira que bien te ha sentado el cambio. Hace unos días eras otra completamente distinta, toda triste y flacucha. Ahora estás gorda y preciosa. Rebozas de salud y de buen ánimo.
—La verdad es que sí me siento muy distinta —dijo la oveja—, y todo es gracias a ti, mi buen amigo.
—Es justo que lo sepas reconocer —contestó el tigre— y ahora que estás tan bonita, ¿no crees que podrías visitar a tus hermanas en tu antiguo corral? ¡Imagina su reacción al verte! se van a morir de envidia.
La oveja negra estuvo de acuerdo y esa misma tarde fue a ver a las demás, sin cruzar el alambre de púas.
—¡Pero que gorda y fuerte te ves! —le dijo una.
—Que cambio tan increíble has tenido —le dijo su madre—, me parece que ahora eres la más bella de la familia.
—¡Qué preciosa te ves! —habló el carnero, que antes, jamás se había fijado en ella.
—Luces de maravilla, eso no lo dudo —dijo una oveja esponjosa, a quien por su abundante lana le llamaban La Mechuda—, pero nos gustaría saber a que se debe este cambio tan inesperado.
—Es lo que tiene la vida libre, ahora puedo jugar, beber agua limpia y atiborrarme de hierba fresca en el cerro.
—¿Y qué pasa con el tigre? —preguntaron algunas ovejas, balando con miedo.
—De él no hay nada porque preocuparse, ha sido el pastor quien inventó esos falsos chismes para que le tuviéramos miedo y no nos alejaremos del corral. Pero puedo asegurarles que es un gran amigo, ¡si ha sido el tigre mismo quien me ha mostrado los mejores pastizales! Aunque les cueste creerlo.
—El comportamiento del tigre con nuestra hermana me parece muy sospechoso —dijo La Mechuda—, yo no confiaría en él. En este corral hemos vivido desde que éramos niñas y si el pastor nos ha advertido, es tan solo porque quiere mantenernos a salvo.
En ese momento, La Motosa; una oveja a quien todos consideraban clarividente, por su sereno mirar hacia los páramos, tomó la palabra:
—No podemos negar que el tigre siempre ha supuesto un riesgo. Sin embargo, ¿qué es eso a comparación de una vida en libertad? ¿Prefieren vivir para siempre en este aburrido corral, o ir a jugar en la pradera?
Con esto se convencieron las ovejas y salieron del corralito, dejando atrás a La Mechuda. El rebaño completo pisoteó la cerca de alambre y se fue a perder al cerro.
Como era de esperarse, durante los primeros días lo pasaron muy bien, gozando de su libertad y de los pastos en flor. Más luego empezaron a notar que cada madrugada, una de ellas desaparecía de manera misteriosa y que cada vez que el tigre las visitaba, se le veía más gordo que antes.
Moraleja: La prudencia es importante cuando tus enemigos te hacen falsas promesas.
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