Había una vez un hombre muy pobre, cuyo hijo, para evitar ser una carga para él, se enlisto en el ejército y se fue a pelear por su patria. Y en la batalla se mostró tan valeroso y dispuesto a morir por su patria, que cuando los soldados ganaron y se presentó ante el rey, este lo premió dándole grandes tesoros y los más honorables títulos.
Tenía Su Majestad una hija muy bella pero sumamente caprichosa, que se negaba a contraer matrimonio con ningún hombre.
—¡El hombre que quiera casarse conmigo, tendrá que prometer encerrarse en mi sepulcro conmigo el día que yo muera! —exclamó.
Esta condición espantó a todos sus pretendientes, pero cuando el soldado del rey la vio tan hermosa, su corazón se inflamó de tal manera que no le importó cumplir este designio. La pidió a su padre en matrimonio y tras jurar que se haría enterrar con ella si llegaba a morir antes que él, el monarca los casó muy satisfecho.
Por un tiempo ambos fueron felices, pero un día la princesa enfermó gravemente y sin nadie que pudiera hallar una cura a su mal, falleció.
Colocaron su cuerpo en una cripta de piedra y encerraron a su esposo con ella, más siete panes y siete copas de vino. Deprimido, todos los días comía un pedacito de pan y daba un sorbo a una copa, aguardando a que la muerte llegara por él.
De pronto, una serpiente se deslizó por una abertura hacia el cuerpo de la princesa y el guerrero sacó su espada.
—¡No la tocarás! —rugió y acto seguido, cortó en tres pedazos al animal.
Otra serpiente salió entonces del mismo agujero y al ver a su compañera descuartizada, regresó. Pero no tardó en volver a asomar llevando tres hojas en su boca.
Las colocó entre las heridas de la culebra muerta y ante los ojos incrédulos del príncipe, estas volvieron a cerrarse, uniendo los trozos de la criatura y devolviéndole la vida. El resucitado animal desapareció detrás de la segunda serpiente dejando las hojas tras de sí.
El joven las recogió y las colocó sobre el rostro de su amada: una en su boca y las dos restantes en sus ojos.
Al instante las mejillas de la princesa recuperaron el color y la sangre volvió a correr en sus venas. Abrió los ojos, más lozana y saludable que nunca y abrazó a su marido, contenta por volver a la vida.
Entonces ambos corrieron a las puertas del sepulcro y las golpearon con los puños, gritando con todas sus fuerzas para que les dejaran salir. Los guardias notaron esto y corrieron a avisar al rey, quien abrió la sepultura y los recibió con lágrimas en los ojos.
Las cosas parecieron volver a la normalidad sin embargo, algo había cambiado en la princesa.
Ya no veía con el mismo amor a su marido y parecía molestarle su presencia. Sin darse cuenta de esto, él decidió que viajarían en barco para visitar a su padre.
CONTINUARÁ…
Me encanta la historia, me gustaría saber que más sigue