Había una vez un leñador que vivía en una humilde cabaña, oculta en lo más profundo del bosque. Todos los días, este pobre hombre se quejaba de su suerte, lamentándose por la miseria en la que vivía y lo mucho que tenía que trabajar para mantener a su esposa, que era bonita pero muy mezquina.
Un día, cansado de escuchar todas sus quejas, el dios Júpiter se presentó ante él mientras cortaba madera en el bosque y el leñador, asustado, se echó a sus pies.
—¡Tenga compasión de mí, señor mío! —exclamó— ¡Le aseguro que no dije nada con mala intención!
—Deja ya de temblar y levántate, porque me he compadecido de tus protestas —le dijo Júpiter—, pero para demostrarte lo equivocado que estás en renegar tanto, he decidido concederte tres deseos. Puedes pedir todo lo que quieras. Pero piénsalo bien, porque solo serán tres cosas.
Muy contento por su cambio de suerte, el leñador volvió a casa y le contó a su mujer lo que había ocurrido.
—Tres deseos concedidos por el mismo Júpiter no son algo que deba tomarse a la ligera —dijo ella—, vamos a dormir para consultar con la almohada lo que pediremos.
El leñador estuvo de acuerdo y ambos se fueron a dormir muy tranquilos. A la mañana siguiente se despertaron de buen humor e hicieron una gran fogata para calentar el desayuno.
—¡Con este fuego tan bueno, que bien nos vendrían unas salchichas! —exclamó el leñador.
Y apareció entonces ante él, una salchicha muy grande y suculenta.
—¡Pero que tonto! ¡Te has gastado el primer deseo! —le dijo su esposa enojada— Con todo lo que habríamos podido pedir en lugar de esta salchicha: oro, perlas, rubíes, diamantes, ¡un reino entero! ¡Por eso no se puede confiar en un torpe como tú!
El leñador se molestó tanto con ella por el insulto, que otra vez volvió a quejarse.
—Definitivamente he venido a este mundo para padecer, ¡maldita sea esa salchicha! ¡Espero que te quede colgando de la nariz!
Y enseguida, la salchicha fue a pegarse a la nariz de la mujer, sin dejarla hablar y volviéndola sumamente fea.
—Hay que ver como son las cosas, con el último deseo, bien podría convertirme en rey —se dijo el leñador—. Pero que triste sería tener que sentarme en un trono, con una reina tan poco atractiva. Voy a preguntarle que prefiere: ser una reina con una nariz horrorosa o volver a ser pobre pero hermosa.
Cuando su esposa vio que solamente tenía estas dos opciones, prefirió volver a su estado de pobreza, conservando una nariz normal y un aspecto atractivo. Y así, el leñador volvió a llevar la vida que tenía antes y no tuvo ya excusas para quejarse, pues habiendo tenido la oportunidad de cambiarla no la había aprovechado.
Lo que este cuento nos enseña, es que no sirve de nada quejarnos por la suerte que nos tocó, pues únicamente nosotros somos responsables de ella.
Agradece lo que tienes y trabaja con esfuerzo y alegría para cumplir tus sueños.
¡Sé el primero en comentar!