Cuentos de Terror para Niños

Père Fouettard, el hombre navideño del saco

En un pueblecito de Francia, tres niños esperaban con mucha emoción la llegada de la Navidad. Ya no podían esperar el momento de abrir sus regalos. Lo que más les gustaba, era salir a la nieve a jugar con todos sus regalos, compartir y cantar villancicos. Todo era gran algarabía en aquella aldea, que destacaba entre las montañas por las tantas luces de colores que resplandecían sobre las casas. Papá Noel llegaría muy pronto.

Pero al caer la noche, mientras estos pequeños se encontraban haciendo un muñeco de nieve a las afueras de su casa, un sonido familiar les heló los huesos.

—¡Es Papá Noel con su trineo! —chilló uno de los niños.

Pero no, no se trataba de Papá Noel. Un trineo se acercaba a toda velocidad por el camino, conducido por una alta y oscura figura, que fustigaba a sus animales con un grueso látigo de cuero. Era Père Fouettard o «Padre Látigo», un espíritu que bajaba desde las montañas cada vez que la Navidad se encontraba cerca, para aterrorizar a los más pequeños.

Père Fouettard llegó ante la casa de estos tres hermanitos y riendo malvadamente, los tomó por los pies y los metió en un saco que era rojo como la sangre, y muy parecido al que Papá Noel usaba para transportar sus regalos. Solo que en él no había dulces ni juguetes, sino chiquillos asustados que habían sido atrapados por él mientras jugaban en las afueras. Todos lloraban en vano para poder escapar, haciendo reír con malicia al siniestro espíritu.

—¡Me llevaré a todos estos niños a mi guarida y prepararé un delicioso estofado con sus cuerpos inocentes! —exclamó.

Mientras tanto en el cielo, Papá Noel sobrevolaba la aldea con su trineo y vio que las madres lloraban por sus hijos desaparecidos. No sabían donde podían haber ido en una noche tan fría. Pero él sí.

A toda velocidad, Papá Noel se dirigió hacia el punto más alto de las montañas. Allí, Père Fouettard yacía oculto en su guarida y estaba poniendo a hervir una olla muy caliente de caldo, para cocinar a los pequeñitos que seguían chillando dentro de su saco.

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—¡Van a quedar realmente deliciosos! —se dijo, frotándose las manos.

Papá Noel entró en ese momento, ordenándole que soltara a los chiquillos.

—Llegas muy tarde —le dijo Père Fouettard—, el caldo está a punto y la carne de los niños sabe mucho mejor cuando están asustados.

Pero Papá Noel sabía bien como vencer a un espíritu tan malévolo como el de ese hombre, que se regodeaba con el sufrimiento de los demás. Sacó una bola de nieve y la sopló sobre Père Fouettard, haciendo que este sintiera un frío insoportable. Aquella bola contenía todos los buenos deseos de las personas del mundo, los cuales Papá Noel recibía en Navidad.

Rápidamente abrió el saco y los niños corrieron a montarse en su trineo, con el cual los devolvió a sus casas sanos y salvos.

Tuvieron la mejor Navidad del mundo y desde entonces, Père Fouettard no se atrevió a bajar de las montañas.

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