Cuenta esta vieja leyenda que hace mucho tiempo, había tres hermanos que vivían en la misma casa del cielo y que se querían mucho entre sí: el sol, la luna y un gallo al que le gustaba mucho cantar. De los tres, el sol era el mayor y el más importante, pues todos los días se levantaba muy temprano para alumbrar la Tierra. Él sabía que de no ser por él, los seres vivos no podrían vivir ni ser felices con su calor.
Mientras él trabajaba todo el día, la luna y el gallo se ocupaban del resto de las tareas de casa. Limpiaban, lavaban la ropa, preparaban la comida y la cama del sol para que pudiera descansar después de una ardua jornada.
Una tarde, la luna le dijo al gallo:
—Hermano, reúne a las vacas y llévalas al establo mientras yo termino de preparar la cena. El sol no tarda en llegar y quiero que esté todo listo para cuando él venga.
Pero el gallo, quejumbroso, se negó:
—¡He estado trabajando todo el día sin parar, limpiando la casa y haciendo la colada! No quiero llevar a las vacas a ninguna parte, quiero descansar. Así que hazlo tú.
—¡Pero vaya malcriado! El sol y yo nunca nos quejamos de nuestras obligaciones, ¡y eso que trabajamos más que tú! —lo regañó la luna— ¡Sal por las vacas como te dije o ya verás!
Pero el gallo siguió negándose a obedecer a su hermana y esta se enojó tanto, que lo tomó por el pescuezo y lo arrojó a la Tierra, expulsándolo para siempre del cielo.
—Ya que tanto te molesta colaborar con las tareas de casa, no vuelvas nunca más —dijo.
Por la noche llegó el sol y preguntó por su hermanito.
—Lo eché de casa —dijo la luna orgullosa—, me hizo enojar tanto al negarse a hacer sus tareas, que le dije que a partir de entonces podía vivir en la Tierra.
—¿Cómo pudiste hacerle algo así? ¡Es nuestro hermano! —dijo el sol.
—¡Bah! Se lo merecía por ser tan grosero.
—Pues a mi no me parece lo que has hecho y ahora soy yo quien está enojado contigo —le dijo el sol—, a partir de ahora no quiero verte. Yo trabajaré de día como de costumbre, pero tú trabajarás por la noche para que no volvamos a encontrarnos.
—¡Eso no es justo! —chilló la luna.
—Ya lo decidí. Voy a hablar con nuestro hermano el gallo, para que todos los días temprano me despierte con su canto. Si tú no lo quieres ver, yo sí. Además, le voy a decir que de noche se meta en un gallinero para que tampoco tenga que encontrarse contigo.
Y es por eso que hasta el día de hoy, la luna y el sol salen al cielo en turnos diferentes, pues siguen peleados. Y es por eso también que el gallo sigue cantando muy temprano con el alba, para despertar al sol y que pueda seguir proveyendo a todos los seres vivos con su luz.
¡Sé el primero en comentar!