Cuentos de Hadas

Al este del sol y al oeste de la luna (1ra parte)

Había una vez un hombre que era muy pobre y tenía demasiados hijos. Todos ellos eran hermosos pero la más bella era su hija menor, una muchacha noble e inocente que nunca se lamentaba por vestir con harapos. Un día de otoño, el cielo se había nublado y afuera había una tormenta terrible. La familia completa se sentó alrededor de la chimenea para infundirse calor.

De repente, alguien tocó a la puerta y el padre fue a abrir. Se sorprendió al ver ante a él a un enorme oso de piel blanca, que le dio las buenas tardes.

—Buenas tardes, señor oso.

—Vengo a pedirte la mano de tu hija menor —le dijo el oso—, si dejas que la despose, voy a hacerte más rico que un rey.

Emocionado por la idea, el hombre dijo que lo consultaría con su hija pero al ir a hablarle ella se mostró horrorizada con la propuesta. No se imaginaba siendo la mujer de semejante bestia. Su padre volvió pues con el animal y le pidió que volviera en una semana.

Mientras tanto, con el resto de la familia trató de convencer a la muchacha de las ventajas de aquel trato. Y ella, al ver que su padre y sus hermanos podrían tener tantas comodidades, terminó por aceptar.

El día que el oso volvió, se lavó muy bien la cara y planchó muy bien sus harapos. Luego, tomó el pobre hatillo con sus cosas que le había preparado su padre y se subió a lomos del oso, quien le dijo que podía sujetarse de su pelaje.

—¿Estás asustada? —le preguntó.

—No.

—Bien, porque vamos a ir muy lejos.

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Y así, el oso se puso a recorrer el mundo entero, hasta que llegaron a un sitio muy lejano en el que se alzaba una gran roca. Cuando la criatura tocó con sus nudillos, una puerta secreta se abrió dejándoles entrar en un fastuoso palacio. Las habitaciones estaban adornadas de oro y plata, y grandes candelabros de cristal colgaban del techo. En el salón principal había un gran comedor en el que se había dispuesto un delicioso banquete.

El oso tomó una campanita de plata a su esposa.

—Toma, siempre que necesites algo, cualquier cosa que desees, solo tienes que tocar esta campana y la obtendrás al instante —le dijo.

La joven entonces guardó la campanita y se sentó a la mesa, donde comió y bebió cuanto quiso.

Luego, cuando sintió sueño, tocó la campana por primera vez y se abrió delante de ella un dormitorio precioso, con una cama hecha de oro puro y cortinas de terciopelo. Había una coqueta de cristal y un armario lleno de vestidos que le quitaron el aliento.

Se puso el camisón más bello que había y exhausta, se metió entre las sábanas para dormir. Entre la oscuridad, sintió que otra persona llegaba y se acostaba a su lado, pero estaba tan cansada que no pudo ver quien era.

Tal parecía que ese palacio le deparaba más sorpresas de las que imaginaba.

CONTINUARÁ…

Al este del sol y al oeste de la luna (1ra parte) 1

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