En nuestro capítulo anterior de este misterioso cuento, vimos como la esposa de Barba Azul era consumida por la curiosidad de ver que había en el gabinete prohibido, el que se abría con la llave más pequeña. Pues bien, la incauta muchacha usó esa llave que su esposo le había advertido no tocar, aprovechando la ausencia de sus invitadas y descendió por una larga escalera, hasta un sótano muy oscuro.
Cuando lo alumbró con la lamparita que llevaba en la mano, ¡el horror! Sus ojos no podían creer lo que veían. Ahí yacían todas las cabezas de las esposas anteriores de Barba Azul, cruelmente escondidas.
Gritando de terror, la muchacha retrocedió y salió de la habitación, volviendo a cerrar la puerta con llave. Pero al mirar esta, se dio cuenta de que había quedado manchada con un poco de sangre de aquellas desafortunadas. Así que muy preocupada, trató de quitar esa mancha pero no lo logró. Froto la llavecita con agua y con jabón, con lejía y mil cosas más, y la suciedad no se iba.
Esa noche, Barba Azul regresó de improviso, afirmando que había resuelto sus negocios. Su esposa, muy nerviosa, lo recibió y trató de distraerlo para que se olvidara de pedirle las llaves, pero al final el hombre se las exigió.
—¿Por qué está llave está manchada de sangre?
—No lo sé —respondió ella temblando.
—Pues yo sí lo sé —dijo Barba Azul severamente—, ¡has entrado en el gabinete que te prohibí en mi ausencia! Por eso, tu cabeza ocupará su lugar con todas aquellas esposas que también fueron desobedientes.
La chica se arrodilló y le pidió piedad a su marido, pero él, con su corazón de piedra, no se conmovió. Finalmente, ella le pidió que le concediese media hora para rezar y encomendar su alma al cielo.
—Te daré medio cuarto de hora, ¡pero ni un minuto más!
La muchacha subió a su habitación y le pidió a su hermana, que seguía con ella, que se asomara a la ventana para ver si sus hermanos venían en camino, pues le habían prometido que la visitarían hoy.
—¿Ves a alguien?
—Solo veo los prados verdes y el sol que los calienta.
Mientras tanto, Barba Azul había tomado una afilada espada y esperaba a su mujer.
—¡El tiempo se agota! ¡Baja enseguida antes de que vaya por ti!
—Un momento, por favor. Hermanita, ¿ves a alguien?
—Veo una enorme polvareda que se levanta en el horizonte.
—¡Qué bajes ahora mismo! ¡O voy en este instante a buscarte! —exclamó Barba Azul.
—Enseguida bajo —dijo la muchacha—. Hermanita, ¿puedes ver a alguien?
—Veo… sí, ¡son ellos! ¡Están llegando ya!
En ese instante, Barba Azul derribó la puerta y su esposa volvió a pedirle compasión. Justo cuando estaba por degollarla, entraron sus hermanos y al ver a su querida hermanita en peligro, usaron sus propias espadas para ponerle fin a la maldad de aquel hombre. Y su esposa, sana y salva, vivió muchos años, dichosa con sus seres queridos.
Y así es como felizmente, concluye este cuento infantil.
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