En una casa enorme, vivía una familia que tenía de todo en abundancia, tanto así que la despensa nunca llegaba a quedarse vacía. Unos ratones se enteraron de esto y decidieron irse a vivir entre las paredes de aquella vivienda. Realmente no hacían daño a nadie, pero como ya se sabe, la naturaleza de estos roedores es la de tomar tanta comida como puedan para sobrevivir en sus madrigueras.
Así, los ratoncitos comenzaron a asaltar la despensa de esta familia, llevándose un poquito de todo. Cuando la señora de la casa se dio cuenta se quedó horrorizada.
—¿Qué vamos a hacer para solucionar esto? —le preguntó a su esposo— ¿Tendremos que dejar la casa?
—No te preocupes que para mañana mismo lo tengo resuelto —le dijo él.
Y dicho y hecho, al día siguiente, su esposo apareció con un gato muy vivaz en brazos.
—Este gato es un excelente cazador, muy ágil y astuto —dijo él con orgullo—, todos esos ratones serán historia.
Y así fue. Desde el primer instante en que el minino pisó el hogar, los roedores no tuvieron ningún momento de tranquilidad. Uno a uno fueron atrapados por las garras y las fauces del gatito, que se los comía con malsano placer. Y sus amos se pusieron muy contentos, le daban enormes tazones de leche todos los días para que se mantuviera fuerte y fuera siempre igual de efectivo.
Así, su mascota engordó y desarrolló un gusto inmenso por la carne de ratón. Pero llegó el momento en que no había más ratoncitos que cazar, excepto uno que ahora se pasaba todo el día escondido en un agujero.
Siendo incapaz de alcanzarlo, el gato se puso a pensar en alguna manera de hacerlo salir. Así que decidió tenderle una trampa. Se tumbó cerca del agujero, muy quieto y disimulando la respiración, para hacerse el muerto. Pensaba que de esta manera por fin lograría capturarlo.
Pero si por algo había conseguido aquel ratoncito sobrevivir, era porque era más inteligente que los demás. Sabía que las apariencias engañaban y ya estaba resolviendo marcharse a otra casa donde no hubiera gatos. En aquel instante vio al felino fingiéndose inmóvil y asomando su naricita para olisquear el ambiente, se dio cuenta de que el gato estaba mintiendo.
—Oye tú, aunque fueses un trozo de queso, por nada del mundo me acercaría a ti —le dijo desde su madriguera—, puede que sea chiquito pero no soy tonto como los otros. Me voy a ir de aquí y tú tendrás que conformarte con las sobras de tus amos.
Y dicho y hecho, el ratón escapó sin que el gato pudiera cazarlo.
A partir de entonces, él aceptaría que incluso los ratones podían ser inteligentes. Actuar con precaución era más importante que llenar el estómago para algunos.
Moraleja: Nunca te fíes de las personas que quieren hacerte daño, aun cuando fijan ser débiles ante ti. La gente malintencionada siempre va a usar trucos para engañarte y un disfraz inofensivo es el mejor al cual pueden recurrir.
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