Cuentos Infantiles de Navidad

El gobernador en la noche de Reyes

Había una vez un pueblo muy lindo perdido entre las montañas, en el que a todos les fascinaba la Navidad. A todos menos al gobernador, que era un hombre gruñón y sin ilusiones. Aquel año tenía el propósito de arruinar las fiestas de los ciudadanos, así que muy soberbio, los reunió a todos en la plaza principal para hacer un comunicado.

—Yo, como la máxima autoridad en este pueblo, declaró que los Reyes Magos no existen —dijo.

Todos se quedaron sin palabras. La gente comenzó a murmurar, preguntándose si sería cierto lo que el gobernador había dicho. Y cuando le preguntaron cuales eran sus razones para afirmar semejante cosa, él se sonrío muy ufano y contestó:

—Es absurdo creer que existen cuando nadie nunca los ha visto. No existen pruebas de que vengan cada año y además, ¿cómo iban a poder pasar con tres camellos a las casas, sin hacer ningún ruido?

—Pero todos los años, los reyes se toman la leche y se comen las galletas que les dejamos los niños —dijo un chiquillo entre la multitud—, también los camellos se beben el agua y dejan sus pisadas en la nieve.

—¡Puras invenciones! —exclamó el gobernador— Seguramente son los ratones los que se comen las galletas y se beben la leche. En cuanto al agua y las pisadas… debe ser tu imaginación.

Toda la gente murmuró de nuevo; algunos querían creerle al gobernante pero otros, todavía tenían esperanza en los Reyes Magos.

—Ya sé —dijo alguien—, hay que quedarnos despiertos esta noche para ver si logramos verlos.

Malhumorado, el gobernante aceptó y todas las familias del poblado fueron a ocultarse cerca de la montaña, para vigilar el camino. De pronto, a medianoche, vieron a lo lejos como tres camellos se acercaban cargados de alforjas con regalos. Sobre ellos iban sentados tres hombres, con largas barbas y túnicos de oro. Eran los Reyes Magos.

—¡Ahí! ¡Ahí vienen los Reyes! —comenzaron a exclamar los niños con emoción.

—Realmente son ellos —decían sus padres con la misma felicidad.

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Pero el gobernador, de tan mal talante como estaba, no conseguía ver nada.

—¿De qué Reyes están hablando? ¡Si por ahí no viene nadie! No puedo creer que todos aquí quieran tomarme el pelo.

—Pero si están justo delante de nosotros, ¿es qué no los puede ver, señor gobernador?

—No, no puedo ver absolutamente nada.

—Eso es porque está pensando como un adulto y no con la inocencia de un niño —le dijo una pequeñita—. Si trata de mirar con los ojos que tenía en la infancia, seguramente los podrá ver.

El gobernador recordó entonces la emoción que sentía en su infancia, cada año que llegaba el Día de Reyes, con cuanto anhelo abría sus regalos y lo mucho que disfrutaba comer roscón. Entonces volvió a echar un vistazo… ¡y allí estaban ellos! Sonriendo y dejando obsequios por todas partes.

—¡Los veo! ¡Los veo!

A partir de entonces, el gobernador nunca más intentó arruinar las fiestas para nadie. Y todos los años, era el más emocionado por recibir a los Reyes Magos.

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