En una tribu muy remota de África, vivía Untombina, la hermosa hija del jefe. Y cerca del valle en donde los suyos estaban asentados, había un precioso lago de aguas cristalinas al que sin embargo, nadie se acercaba, porque todos sabían que en su interior habitaba un monstruo.
El tiempo pasó y el presentarse el otoño, la lluvia puso en problemas a la gente de la tribu. El agua era tanta que sus chozas se habían inundado, los cultivos se habían ahogado y no sabían que hacer para no pasar hambre, Untombina, valiente y decidida como era, decidió ir al lago a preguntarle al monstruo si él conocía alguna manera de solucionar la situación, pero sus padres, muy asustados, se lo prohibieron.
Al ver esto, Untombina decidió escaparse de casa y reunir a todas las chicas de la tribu para que la acompañaran. Juntas encontrarían la manera de salvar la aldea.
Al llegar al lago llamaron al monstruo, pero este no respondió. Confiadas, decidieron quitarse sus ropas y sus adornos y bañarse. Pasaron un buen momento mientras reían, chapoteaban y se salpicaban unas a otras dentro del agua, sin darse cuenta de que una criatura se acercaba sigilosamente a la hora y les robaba sus pertenencias.
Cuando las muchachas salieron y vieron que no tenían nada que ponerse, se angustiaron muchísimo, ¡no podían regresar desnudas al pueblo!
Así, todas comenzaron a arrodillarse e implorar al monstruo que les devolviera sus cosas. Excepto Untombina, quien no dejaba de lado su orgullo. Y el monstruo, conmovido por los ruegos de las otras, asomó su cabeza a la superficie y escupió prendas, anillos, collares y demás, hasta que todas pudieron vestirse.
Pero Untombina, necia como era, se negaba a suplicar. Esto enfadó tanto al monstruo, que de un solo bocado se la comió.
Las chicas chillaron aterrorizadas y volvieron a toda prisa a la aldea, para avisar al jefe. Este, angustiado por su hija, reunió a todos sus hombres y acudieron a enfrentar a la bestia, quien los esperaba gruñendo amenazadoramente. Cuando los guerreros entraron al lago a pelear, de un manotazo los fue apartando a todos y luego se los comió, de dos en dos, igual que había hecho con la princesa.
Pronto, el monstruo acabo tan hinchado como una pelota a causa de todo lo que había comido. Y el jefe vio una oportunidad.
Presentía que tanto su hija como sus hombres seguían vivos y enteros en la enorme panza de la criatura, así que tomó una lanza y la atravesó con ella. Tomó otra y le hizo un agujero más. Así hasta que el monstruo terminó con el cuerpo repleto de orificios y agonizante, explotó, liberando a todas las personas que había devorado.
Uno a uno, los guerreros salieron sanos y salvos, y la última en aparecer fue la bella Untombina, que se reunió con su familia muy feliz.
A partir de ese momento, la tribu no volvió a sufrir inundaciones. Los cultivos volvieron a crecer y el lago se vio libre de la maligna presencia del monstruo.
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