Un padre enviudo y crió solo a sus dos hijas, la mamá falleció de una terrible enfermedad cuando ellas eran aun pequeñas. Las niñas, crecieron felices y pronto se hicieron adolescentes, convirtiéndose así en dos jóvenes muy bonitas y asediadas por los chicos de su edad. Terminando sus estudios las dos se casaron, una de ellas con un hortelano muy conocido y próspero, y la otra con un fabricante de ladrillos de la región donde ellas vivían.
Pasó el tiempo y el padre se fue a casa de la hija casada con el hortelano, después de platicar de muchas cosas, el padre pregunto a su hija:
-Hija, me alegra mucho que estés bien, ¿seguro que es así en tu hogar verdad? y ella respondió:
-Padre yo soy muy feliz, pero no sabes cuanto me gustaría que llueva abundantemente y todos los días para que así no le falte agua a mis plantas. El padre se despidió y se fue pensativo.
Pasaron unos días más y el padre visito también a la otra hija, almorzaron juntos y luego hablaron de muchas cosas hasta que el padre también pregunto a su hija como estaba ella en su relación y si todo estaba bien en su hogar, y ella dijo:
-Padre querido, todo esta muy bien con mi esposo, no te preocupes, solo que no sabes, como me gustaría que hubiera mucho sol, y todo se mantenga seco, sin humedad y sin lluvias, para que esos ladrillos estén secos y endurezcan como debe ser y que estén listos.
El padre no pudo evitar su preocupación porque amaba a sus hijas y pensaba de que manera podía complacerlas, estaba acostumbrado a hacerlo desde que eran muy niñas, pero ahora todo era diferente, el mismo no sabía que hacer para agradarlas una vez más, porque no veía la solución y eso lo angustiaba.
Es en vano querer agradar a todo el mundo, eso es imposible.
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