Fábulas de Esopo

El plumaje de la golondrina y el cuervo

Entre todas las aves que se envanecían por su plumaje, la golondrina era la más presuntuosa, pues la encantaban sus plumas suaves y de un azul resplandeciente, que fulguraban con el sol en los meses cálidos. El verano era su estación favorita, pues las podía lucir por todo lo alto. Le encantaba escuchar como los otros animales soltaban gritos de admiración al verla retozar por los cielos.

Eso era lo que más le gustaba de los tiempos veraniegos.

El invierno en cambio, le parecía despreciable, pues hacía tanto frío que tenía que quedarse escondida en su nido para no congelarse. Y así, ningún animal la podía ver, ni sus plumas azules podían lucirse bajo la nieve. Odiaba los tiempos invernales.

Un día soleado, bajó la golondrina a beber en un abrevadero. Ahí se encontraba también el cuervo, acicalándose largas plumas negras como el ébano.

«Qué triste ha de ser estar de luto todo el tiempo», pensó la golondrina con desdén, «yo aquí, con mis plumas azules tan bonitas, y este desdichado con ese plumaje tan oscuro».

—Buenas tardes, señor cuervo — lo saludó zalameramente—, veo que está usted cuidando de sus plumas.

—Sí —dijo el cuervo, sin prestarle mucha atención—, es mi rutina de limpieza.

—Claro, debe ser necesario con esas plumas tan negras.

—Más o menos, no creo necesitar limpiarme más que ningún otro pájaro.

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—Bueno, es una lástima —dijo la golondrina, con ganas de humillarlo—. Yo no tengo ningún problema con mi plumaje. Es tan precioso y tan suave, y más en estos días de verano. Como me gusta que los demás lo noten, usted lo ha notado, ¿no es así?

—La verdad es que nunca le he prestado mucha atención —dijo el cuervo con indiferencia, cosa que molestó mucho a la golondrina.

—Claro, ¿qué va a saber usted de todos modos? Si con esas plumas de luto ha de estar tan triste, que apenas y puede fijarse en lo bello que le rodea.

—Se equivoca señora golondrina, yo no estoy triste y me siento muy satisfecho del color de mis plumas. No necesito presumir de ellas ante los demás, porque sé que cada uno tiene sus cosas buenas.

—¡Pamplinas! —dijo la golondrina indignada— No hay nada como mis bonitas plumas de zafiro, que son tan lindas cuando las ilumina el sol. Muchos pájaros se morirían por tenerlas. En cambio las suyas, ¿dígame que ave va a envidiar unas plumas tan tristes y negras?

—Puede que no sean las más bonitas —dijo el cuervo—, pero al menos me protegen del frío en invierno. No tengo que quedarme en el nido como usted, que apenas hace un poco de frío, corre a esconderse. Prefiero tener un plumaje útil como el mío, que uno bonito y tan frágil.

Y con esto, el cuervo se marchó dejando humillada a esa vanidosa golondrina.

Moraleja: Las cosas bellas sirven de poco si no son prácticas, de modo que no te envanezcas por tu aspecto antes de cultivar tu inteligencia o las habilidades para abrirte paso en el mundo.

El plumaje de la golondrina y el cuervo 1

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