Fábulas de Esopo

El ciervo en el pesebre de los bueyes

Un ciervo se encontraba pastando en el bosque cuando de pronto, escuchó a lo lejos que se acercaba una jauría furiosa de perros. Asustado, el animal echó a correr lo más rápido que pudo, pero los ladridos se escuchaban cada vez más cerca. Fue a parar a las tierras de un labrador que tenía un pesebre lleno de bueyes. Allí, entre esas criaturas tan grandes, seguramente no lo encontrarían.

El ciervo pues se metió dentro del pesebre y se quedó muy quieto, atento al sonido de los perros. Los canes por suerte le habían perdido y comenzaban a alejarse. Él animal respiró aliviado.

Uno de los bueyes, sorprendido de verlo ahí, se dirigió a él:

—¡Pobre criatura! ¿Cómo es que has decidido venir a arriesgarte, resguárdandote en la casa de tu enemigo? ¿Qué no sabes que si te cogen te van a sacrificar?

El ciervo negó con la cabeza.

—Por favor amigo mío, déjame quedarme en donde estoy y cuando haya oportunidad de escapar, saldré corriendo —dijo, pues no quería arriesgarse a salir aún por temor a que los perros volvieran a olfatearlo.

—Está bien —dijo el buey—, pero más vale que esa oportunidad sea pronto, porque el amo siempre viene a revisar su rebaño.

El ciervo prometió que se iría en cuanto pudiera.

Cuando terminó la tarde, llegó el arriero a darle de comer a los animales pero no pudo ver al ciervo. Y este, confiándose cada vez más, creyó que había encontrado el escondite perfecto. Sin embargo, el buey volvió a advertirle que tenía que irse. Cuando el administrador de la hacienda fue a revisar el establo al lado de sus empleados, ninguno de ellos notó al ciervo tampoco y él comenzó a sentirse más hábil de lo que era.

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—Realmente queremos que te salves —le dijeron los bueyes—, pero este no es un sitio seguro para ti. Aun falta que venga otro hombre a revisar el ganado y dicen que a él no se le puede engañar. Parece tener ojos en todas partes. Vete ahora.

Pero el ciervo no hizo caso.

Un rato después, llegó aquel hombre a contar las cabezas de sus bueyes y se sorprendió al ver que faltaba algo de paja.

—¡Qué irresponsables! —exclamó— No le dieron de comer bien a los bueyes, seguro que tampoco han limpiado el establo. ¿Por qué faltará tanta paja?

En ese instante vio como asomaba una cornamenta entre los animales y se dio cuenta del ciervo. Había sido él quien había quitado la paja para poder ocultarse mejor. De inmediato, el hombre ordenó que lo capturasen y que fuera sacrificado para dar de comer a la gente de la finca.

Los bueyes solo lo miraron con tristeza.

—Si nos hubieras hecho caso, podrías haber salvado la vida.

Y así es como termina este cuento infantil, recordándonos que más vale ser precavidos que lamentar las consecuencias. Nunca busques seguridad en el territorio del enemigo, ni te confíes de una racha de buena suerte, pues los peligros ocurren cuando menos te lo esperas.

El ciervo en el pesebre de los bueyes 1

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