Fábulas de Esopo

El ratón y el toro

Este era un toro que vivía en un establo en el que le daban todo lo que quería. A diario era alimentado con la mejor pastura y podía dormir cuanto quisiera, a diferencia de las vacas, que desde muy temprano se tenían que levantar y salir para que las ordeñaran.

El animal pues, estaba tan consentido que no tardó en volverse un pesado. Se creía que merecía de todo, por el simple hecho de ser más grande que los otros animales y según él, más inteligente.

—Como yo soy el mejor de todos, nunca me ponen a trabajar. A partir de hoy dormiré en la mejor cuadra —dijo, muy presuntuoso y ocupó el sitio más bonito del establo.

Daba la casualidad de que detrás de una pared vivía una familia de ratones, que de noche salían por un agujero para ir a buscar comida. Pero cuando el toro se dio cuenta, se puso a dar berridos y quiso pisotearlos, haciendo que corrieran despavoridos.

—¡No quiero ningún ratón en mi lugar! ¡Este sitio es solo para mí! —mugió enfadado.

Y los ratoncitos, muertos de miedo, se quedaron en su madriguera. Pero a media noche, cuando el toro estaba profundamente dormido, uno de ellos aprovechó para salir y lo mordió en una pezuña haciéndolo gemir de dolor.

—¡Ay! ¡Ay, ¿cómo es posible?! ¡¿Cómo te atreves a morderme?! —le gritó el toro, con lágrimas en los ojos— No puedo creer que una criatura tan pequeña como tú me haya hecho tanto daño, ¡si yo soy más grande!

—Y yo más astuto —dijo el ratón correteando a su alrededor—. Y eso es para que aprendas a no molestar a mi familia. Seremos chiquitos, pero si nos organizamos ya verás el lío que te vamos a armar. ¡Vamos a morderte por todas partes hasta que no puedas levantarte!

—¡No, no! Por favor, ¡no vayan a hacerme nada! Mi pezuña ya me duele mucho.

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—¿Prometes que nos dejarás de fastidiar?

—Sí, sí, lo prometo. Desde ahora pueden salir cuando quieran.

Y una vez que tuvo la palabra del toro, el ratón volvió a su casa para decirle a los suyos que todo estaba en orden. Pasaron los días y la pezuña del toro se puso muy hinchada. El ratón, arrepentido por lo que había hecho, le llevó una compresa para aliviar la mordedura.

—Lamento haberte mordido de esa manera, pero tienes que entender que me estaba defendiendo. No has faltado a tu promesa, así que quiero ayudarte. ¿Te parece que seamos amigos?

Y el toro, que nunca había tenido ningún amigo de verdad, asintió con la cabeza.

—Tú perdóname a mí, porque estaba tan malacostumbrado que no apreciaba la vida de los más pequeños. Ahora sé que ustedes también son tan valiosos como yo y los protegeré de quienes piensen lo contrario.

Moraleja: Nunca menosprecies el valor de los más chiquitos, porque de vez en cuando ellos pueden darte sorpresas. El valor de alguien no se mide por su tamaño, sino por su valor y su talento.

El ratón y el toro 1

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