En lo más profundo de una cueva, habitaba un grupo de murciélagos que solo salía de noche para cazar y alimentarse. Les molestaba mucho la luz del día pero su visión era muy especial, pues les permitía ver más que otros animales apenas caía el sol. Claro que eso no impedía que de vez en cuando cayeran en las garras de algún depredador.
Eso fue lo que le sucedió al protagonista de nuestra historia, un murciélago que no siempre era cuidadoso al volar, pero si muy astuto.
El pobre animal cayó a los pies de una comadreja, que al haberlo visto volando se abalanzó sobre él antes de que pudiera escapar. Abrió las fauces de par en par y justo cuando estaba a punto de devorarlo, el murciélago le suplicó por su vida.
—Por favor, no me comas, no te he hecho ningún daño —le dijo—, apiádate de mí.
—No puedo hacer eso, yo soy enemiga de todas las aves —le respondió la comadreja— y he jurado no dejar escapar a ninguna.
—Pero yo no soy un ave sino un ratón, ¿no lo ves? —le dijo el murciélago ocultando sus alas— Mira mi cuerpecito, mi hocico y mis dientes. ¡Son iguales a los de un roedor!
La comadreja se dio cuenta de que tenía razón y la perdonó la vida, marchándose para buscar algún ave a la cual cazar. Y así, gracias a su ingenio, su presa pudo regresar esa noche a casa sana y salva. Tiempo después el murciélago volvió a salir sin fijarse bien por donde iba, hasta que fue derribado por la rama de un árbol y cayó frente a otra comadreja.
Rápidamente, el depredador se arrojó sobre él y lo atrapó entre sus patas, listo para devorarlo.
—Por favor, por favor no me mates —le suplicó el murciélago—, mi familia me está esperando y debo volver con ellos. Nunca te he hecho nada malo.
—No, pero eres un ratón y yo detesto a todos los roedores —le espetó esta nueva comadreja—, como tú eres uno de ellos, mereces morir. No es nada personal, es que ustedes y yo somos enemigos naturales. Así que prepárate para morir.
—¿Pero no te has dado cuenta? Yo no soy un ratón —le dijo el murciélago desplegando sus alas—, soy un ave. ¿Cuándo has visto que un roedor tenga altas como estas? Debes dejarme ir, hay muchos otros ratones por ahí esperando a ser cazados.
Y la comadreja, asombrada, tuvo que soltarlo porque efectivamente, no conocía a ningún roedor que tuviera unas alas como aquellas.
—Es verdad, los ratones no pueden volar. Vete ya, antes de que me arrepienta de esto.
Desde ese entonces el murciélago comenzó a volar con más cuidado, pues aunque su astucia ya lo había salvado dos veces, nunca estaba de más andar con precaución.
Moraleja: Para sobrevivir y salir airoso de las situaciones difíciles, es mejor aprender a adaptarnos a las circunstancias que nos rodean. Recuerda que no importa ser el más fuerte, sino el más inteligente.
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