Leyendas Infantiles Cortas

La liebre y la hiena

Este cuento infantil se encuentra basado en una vieja leyenda de África.

Dicen que hace muchísimo tiempo, las hienas y las liebres no eran enemigas como lo son ahora, sino que tenían una relación cordial y hasta amistosa, podría decirse. Pero todo cambio cuando una hiena egoísta, mostró su verdadera personalidad ante una liebre amable y generosa.

Se suponía que las dos eran mejores amigas, acudiendo juntas a todos lados y platicando siempre que podían. Pero en realidad, la hiena solo buscaba aprovecharse de su compañera.

Siempre que salía a cazar y volvía con una presa jugosa, la hiena inventaba excusas o le mentía para poder quitarle la comida. Por causa de sus trampas, la pobrecita liebre siempre se quedaba sin comer mientras que ella se llenaba la barriga con los pescados que a ella tanto le costaba atrapar.

Y así fue hasta que llegó el momento en que la más pequeña se cansó.

Un día, volvía la liebre del río con una enorme trucha en la boca. Era tan grande y apetitosa, que a la hiena se le hizo agua la boca con solo verla.

—Buenos días amiguita, ¿a dónde vas con ese pescado? —la saludó zalameramente, pensando en como haría para arrebatárselo.

—Voy a mi casa a cocinarlo, ¡esta noche cenaré como una reina! —respondió la liebre, orgullosa.

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—Pero, esa trucha es demasiado grande para ti, ¿no lo crees? Tú sola no te la vas a poder acabar toda. Es más, se terminará pudriendo antes de que puedas terminar con ella. Y sí lo haces te vas a enfermar, pues tu estómago es tan chiquito que te dolerá por días.

—Oh, no te apures por eso, amiga hiena. Ya había pensado yo en esas cosas. Pero mira, voy a ahumar todo el pescado para que pueda conservarse mejor por varios días. Ya no voy a tener que ir a pescar al río en semanas.

Tras decir esto, la liebre se despidió y la hiena, celosa y envidiosa como era, decidió seguirla a casa para poder robarle la trucha. Al llegar vio que su amiguita estaba durmiendo, mientras el pescado se cocinaba sobre una parrilla al fuego, despidiendo un olor delicioso.

Muy sigilosamente, la hiena comenzó a acercarse para llevárselo, ignorando que la liebre en realidad no dormía: solo fingía hacerlo porque le había tendido una trampa.

Justo cuando estaba a punto de hacerse con su comida, la liebre dio un saltó y tomó la parrilla encendida para golpear a la hiena en la espalda.

—¡Tú decías ser mi amiga, pero mira nada más! Que feo que vinieras a robarme; si me hubieras pedido un poco de pescado te lo habría dado sin problemas. Pero como eres una envidiosa, vete y no vuelvas a acercarte a mí.

Es por eso que hasta el día de hoy, las hienas odian a las liebres y tienen la espalda llena de rayas. Son las marcas de aquella vergonzosa ocasión en que su antecesora egoísta, quiso aprovecharse de quien le había brindado su amistad sincera.

La liebre y la hiena 1

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