Esta es la historia de una hermosa princesa, cuyo oscuro cabello poseía reflejos tan azules como las alas de una golondrina. Su nombre era Cuzán, que en maya se utiliza precisamente para llamar a este pájaro. La joven contaba con el favor Ahnú Dtundtunxcaán, el Gran Señor que habitaba en los cielos.
Al cumplir Cuzán la edad suficiente para casarse, su padre concertó un matrimonio con el hijo de Halach Uinic, de la cercana ciudad de Nan Chan. El príncipe Ek Chapat, futuro amo del reino, era su prometido. Mas un día, cuando la princesa fue a ver a su padre para darle las gracias por ciertas joyas que le había obsequiado, lo encontró en compañía de un bello joven llamado Chalpol, que significa petirrojo. Todos lo llamaban de esta forma por su llameante cabello rojo.
Ambos se miraron a los ojos y a partir de ese momento, sus almas quedaron entrelazadas en un vínculo de fuego. Juraron nunca olvidarse el uno del otro, y sellaron su amor bajo el árbol sagrado de la ceiba, donde sus ruegos fueron escuchados por los dioses. Cuando el rey descubrió que Chalpol era el amante de su hija, ordenó que lo mataran. Cuzán le suplicó a su padre que le perdonara la vida, prometiéndole que jamás lo volvería a ver y que obedientemente asumiría su papel como esposa del príncipe de Nan Chan.
Durante el silencio de la noche, en la soledad de su habitación, la princesa fue llamada a presentarse ante Halach. En ese instante apareció un mago, quien mirándola, extendió la mano y le ofreció un escarabajo.
—Cuzán, aquí está tu amado Chalpol —le dijo—. Tu padre le perdonó la vida, pero me ordenó que lo transformara en un insecto por tener la osadía de amarte.
La princesa lo tomó en sus manos y lo miró amorosamente:
—Nunca te abandonaré. Voy a cumplir mi promesa.
El mejor joyero del reino lo cubrió de piedras preciosas y ató una fina cadena de oro a su diminuta pata. Así, Cuzán se lo colgó del cuello y pronunció las siguientes palabras:
—Maquech, fuiste un hombre, escucha latir mi corazón, habitarás aquí siempre. Juré a los dioses que jamás te olvidaré. Maquech, los dioses nunca conocieron un amor tan fuerte y hermoso como este que me consume el alma.
Así fue como la princesa Cuzán y su querido Chalpol, que se convirtió en Maquech, continuaron amándose a través del tiempo.
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