Cuentos de Hadas

Los cisnes salvajes (2da parte)

En el capítulo pasado de nuestro cuento, vimos como Elisa y sus hermanos convertidos en cisnes se iban a viajar volando para escapar de la maldad de su madrastra. Estuvieron en los aires varios días y por las noches, descendían para acampar al lado de alguna fogata; la princesa se alimentaba de bayas bebía gotas de rocío que su familia recogía en el camino. Finalmente llegaron hasta un lago muy bello, dentro del cual había una pequeña isla.

Ahí se refugió Elisa, mientras los cisnes se dedicaban a navegar en las aguas. Esa misma noche, la niña tuvo un sueño de lo más extraño, en el cual veía un castillo inmenso entre las sombras. Era el palacio de la Fata Morgana, un hada bondadosa que salió a su encuentro.

—¡Bienvenida, mi querida niña! —le dijo— Has viajado desde muy lejos, pero me temo que aun te quedan muchos obstáculos que superar si realmente quieres ser feliz. Tus hermanos pueden ser salvados del hechizo que pesa sobre ellos, pero para lograrlo, tendrás que ser valiente y muy perseverante. ¿Estás dispuesta a sacrificarte por ellos?

—Haré lo que sea con tal de salvarlos —dijo Elisa sin pensarlo—, son toda la familia que me queda.

—Entonces escucha con atención —le dijo la Fata Morgana—, porque la única manera de liberarlos, es tejerles camisas con la ortiga que crece alrededor del lago. Esta hierba es muy dura y áspera pero tú, con tus manos blandas y prodigiosas, puedes domarla hasta convertirla en el más fino material. Con este vas a hacer una camisa para cada uno y mientras estés tejiendo, no podrás decir ni una sola palabra. Te verás obligada a callar pues si pronuncias una sola palabra, las ortigas perderán todo efecto y tus hermanos estarán condenados para siempre.

Cuando Elisa despertó de su sueño, lo primero que hizo fue ir a buscar las hierbas que necesitaba para tejerles camisas a los príncipes. Ellos se quedaron muy extrañados al ver que su hermanita no les dirigía la palabra, pero no la juzgaron ni se lo recriminaron, pensando que estaba cumpliendo con alguna penitencia.

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Las manos de la princesa trabajaron con las ortigas incansablemente, pinchándose y siendo maltratadas por sus ásperas hojas, más en ningún momento se quejó.

Todos los días, Elisa tejía sus camisas incansablemente, con mucho sufrimiento y paciencia, pues aquel era un proceso muy complicado. Así, pasaron algunos años y ella se convirtió en una muchacha hermosa y muy silenciosa. Sus hermanos ya se habían acostumbrado a su falta de palabras y aunque la princesa no había vuelto a hablarles, entre todos se sentía un cariño muy sincero.

Un día, el rey del pueblo vecino se metió en el lago con su barca y llegó hasta la isla para explorar, pensando que se encontraba desierta. Grande fue su sorpresa, al ver a una joven bellísima que recogía ortigas y las llevaba hasta una cueva. En el suelo, algunas camisas ya estaban listas y ella tejía tan concentrada, que no se dio cuenta de su llegada.

CONTINUARÁ…

Los cisnes salvajes (2da parte) 1

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