Este cuento infantil se encuentra basado en una fábula de Jean de la Fontaine, que trata sobre la confianza y la sinceridad.
En lo más profundo de un bosque frondoso, habitaba un enorme león que era conocido como el rey de los animales. Y nadie lo ponía en duda, pues bastaba con ver su frondosa melena, sus afiladas garras y sus aterradores colmillos, para darse cuenta de que solo él podría imponer su autoridad sobre las demás criaturas. Era por eso que nunca nadie cuestionaba sus decisiones.
Pero como suele pasar con todas las criaturas, el tiempo no pasaba en vano y un día el león sintió que le faltaban las fuerzas. Ya estaba muy viejo y no podía salir a cazar con el mismo vigor que antes. Cayó enfermo y el bosque entero pareció respirar aliviado cuando se quedó en su cueva.
En medio de su padecimiento, hizo llamar a un sabio búho que habitaba cerca de ahí, para que le indicara como podía recuperarse.
—Todo lo que tiene que hacer Su Majestad es quedarse a descansar, unos cuantos días de reposo le harán mucho bien para que recupere su fuerza —le advirtió el pájaro.
Y siguiendo su consejo, el león se limitó a permanecer en casa, pero pronto se aburrió de estar allí sin hacer nada. Así que hizo llamar a todos los animales para que fueran a visitarlo y charlar con él, dándoles su palabra de que ninguno sería lastimado.
Fueron de uno en uno para ver al león y cuando les llegó el turno a los zorros, una zorra muy inteligente se dio cuenta de que algo extraño pasaba.
Se quedó sentada afuera de la cueva y de pronto, el león asomó la cabeza débilmente.
—Pero querida, ¿qué estás haciendo allí? —le preguntó con voz amable— ¿Acaso no quieres que conversemos? Entra, aquí adentro se está mejor.
—No, gracias —dijo la zorra—, prefiero quedarme aquí. Ya estamos conversando muy bien.
—Pero es de mala educación mantener las distancias —dijo el león, tratando de persuadirla—, además, necesito mucho la compañía, ver a alguien. Hace días que estoy encerrado aquí y me siento muy solo, ¿no te vas a apiadar de un pobre león?
—No, lo siento.
Al ver que la zorra era tan obstinada, el león disimuló su sorpresa. Ningún otro de los animales se había negado a entrar en la cueva.
—¿Puedo saber, querida mía, por qué no quieres entrar conmigo? —le preguntó— Los otros zorros también entraron y juntos la pasamos muy bien.
—Eso no es verdad, Su Majestad —dijo la zorra—, verá, al dar una vuelta por los alrededores de su cueva, pudo ver claramente las pisadas de mis compañeros que entraban. Pero no pude ver ninguna pisada que saliera de allí —dijo la zorra acusadoramente—, porque ni ellos, ni los otros animales salieron nunca. Usted se ha aprovechado de su enfermedad para invitarlos y una vez que están dentro, los devora sin piedad. ¿No le da vergüenza?
Moraleja: No confíes en tus enemigos, por más débiles que aparenten ser ante ti.
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