Cuentos de Hadas

Yorinda y Yoringuel

Había una vez en lo más profundo del bosque, un castillo muy viejo en el que vivía una anciana bruja. Cada vez que salía el sol, la hechicera adoptaba la forma de una lechuza o de un gato para irse a explorar por los alrededores. Pero cuando la noche llegaba, volvía a recuperar su forma humana y se metía en el palacio de nuevo. Como tenía un gran don para atraer a todas las aves del bosque, constantemente estaba rodeada de pájaros, grandes y pequeños, con los cuales se alimentaba sin piedad.

Vivía completamente sola, pues nadie podía acercarse al castillo. Cada vez que alguien caminaba a cien pasos de lugar, un misterioso encantamiento se apoderaba de él o de ella, haciendo que le fuera imposible moverse. Solo quedaban liberados una vez que la vieja se los permitía. Sin embargo las que peor lo pasaban eran los doncellas, pues cuando ellas se aproximaban demasiado al palacio, se transformaban en pajarillos que aquella ambiciosa mujer encerraba en cestas de distintas clases y nunca más podrían recuperar su libertad. Así, la malvada consiguió reunir hasta siete mil cestas, rebozantes de aquellas pobres criaturas.

Por eso todos tenían mucho miedo de ir donde vivía la bruja y evitaban internarse en el bosque más de lo necesario.

Fuera del bosque vivía una hermosa muchacha llamada Yorinda, que estaba prometida con un joven tan noble y apuesto como ella, de nombre Yoringuel. Él siempre le advertía que se cuidara de ir al castillo, pues temía que algo malo pudiera sucederle.

Un día, los dos decidieron dar un paseo y estaban tan ensimismados en su conversación, que sin darse cuenta se adentraron demasiado en el bosque.

Justo cuando el sol comenzó a ponerse, escucharon a lo lejos el triste canto de una tórtola. Inexplicablemente, los amantes sintieron que la angustia se apoderaba de ellos. Los dos se echaron a llorar, como si presintieran que la muerte podía apoderarse de ellos en cualquier instante. Miraron a su alrededor, asustados y se dieron cuenta de que no sabían por donde regresar a casa.

Yorinda se puso a entonar una melancólica canción y Yoringuel, con pavor, se dio cuenta de que se encontraban a muy poca distancia del muro del castillo.

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Entonces, ante los ojos desesperados del muchacho, su novia se transformó en un pequeño ruiseñor. En ese instante, una lechuza apareció volando sobre su cabeza y cogió al pajarillo con su pico. Yoringuel no pudo hacer nada para impedirlo, pues no podía moverse. Justo cuando el sol terminó de ponerse, la lechuza se convirtió en la vieja bruja, quien miró al joven con malicia pronunciando estas palabras:

—¡Saludos, Zaquiel! Cuando la luna brille en su cesta, desátalo, Zaquiel, a buena hora.

Y por fin Yoringuel pudo moverse. No obstante, la hechicera entró en el castillo sosteniendo al ruiseñor y él se dio cuenta de que nunca más volvería a ver a su amada Yorinda.

Y por ahora, hasta aquí debemos dejar este cuento infantil. ¿Qué irá a suceder con nuestros jóvenes protagonistas?

CONTINUARÁ…

Yorinda y Yoringuel 1

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