Cuentos de Hadas

Yorinda y Yoringuel (2da parte)

En la parte anterior de nuestro cuento, el protagonista, Yoringuel, era testigo de un terrible encantamiento. Luego de ver como su amada Yorinda era transformada en ruiseñor y capturada por la hechicera del castillo, una horrible tristeza se apoderó de él. Desde el interior del lugar, la bruja le gritó que nunca más volvería a verla. Él intentó suplicarle que se la devolviera, se arrodilló frente a las puertas cerradas para implorarle que le dejara ir, todo en vano, pues aquella mujer tenía el corazón de piedra.

—¿Y ahora qué va a ser de mí? —se lamentó Yoringuel.

Decidió irse lejos, para tratar de olvidar a Yorinda. Caminó bastante hasta llegar a un poblado en donde nadie lo conocía y allí se convirtió en pastor de ovejas. Largos años pasaron sin que Yoringuel volviera a ser feliz; a veces, cuando llevaba a pastar a sus ovejitas, se acercaba a las proximidades del castillo de la bruja de nuevo.

Pero nunca se atrevía a ir de nuevo, por miedo a encontrarse con ella.

Una noche Yoringuel tuvo un sueño muy extraño. Soñó que hallaba en el bosque una hermosa flor, con los pétalos tan rojos como la sangre y en cuyo centro crecía una perla preciosa. Él la arrancaba de su sitio y se dirigía al palacio de la bruja. Allí, todo lo que tocaba con la flor se liberaba del encantamiento y al final, volvía a recuperar a su querida Yorinda.

Al despertar, lo primero que hizo el joven fue ponerse a buscar la flor. Recorrió incansablemente las montañas y los valles, hasta que el noveno día, por la madrugada, dio con ella.

Era tan roja como en su sueño y en su interior, había una gota de rocío que brillaba igual que una perla.

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Yoringuel la tomó y regresó al castillo. Al atravesar el jardín se dio cuenta de que no se quedaba petrificado como la voz anterior. Entonces tocó las puertas con la flor y estas se abrieron bruscamente ante él. Atravesó un enorme patio hasta el aposento donde se encontraba la hechicera, dándoles de comer a las aves que gorjeaban en sus siete mil cestas.

Cuando la vieja vio a Yoringuel, se sintió furiosa y escupió bilis y veneno contra él, más no logró acercársele.

Mientras tanto, él observaba a todos los ruiseñores que lo rodeaban, preguntándose como reconocería a Yorinda. La bruja tomó una cesta y se encaminó a la puerta, disimuladamente. Yoringuel la vio y se abalanzó hacia ella, tocando la canastilla con la flor. Al instante reapareció su prometida, tan hermosa como la recordaba y se arrojó en sus brazos.

Perdido todo el poder de la vieja, a esta no le quedó más remedio que ir a perderse en el bosque, llorando de rabia.

Locos de felicidad, Yorinda y Yoringuel tocaron el resto de las cestas, las cuales cayeron dejando salir a sus presas. Todos los pajarillos se transformaron en doncellas, que libres del encantamiento, regresaron con los novios a su hogar. Allí, fueron felices por el resto de sus vidas.

FIN

Yorinda y Yoringuel (2da parte) 1

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