Cuentos de Hadas

El príncipe Danilo (1ra parte)

Erase una vez una bella princesa que dio a luz a dos hijos preciosos: un niño y una niña. Ambos eran guapísimos y muy alegres. Cierto día, una bruja se presentó en el palacio para visitar a los pequeños. Como quería hacerles un regalo, la madre no vio nada de malo en dejarla pasar, sin sospechar de sus verdaderas intenciones.

—Aquí tengo un anillo muy especial para ti, hija mía —le dijo la anciana—, asegúrate de que tu hijo siempre lo lleve puesto, pues gracias a él, conseguirá fortuna y felicidad. Sin embargo no olvides una cosa; el príncipe solamente podrá casarse con aquella muchacha a la que el anillo le ajuste bien.

Y diciendo esto se marchó para no volver.

El tiempo pasó y la princesa cayó gravemente enferma. En su lecho de muerte, llamó a su hijo y le hizo prometer que nunca se casaría con ninguna joven, a menos que el anillo le quedase perfectamente.

Cuando los años transcurrieron, el príncipe se convirtió en un joven fuerte y apuesto. Al entrar en edad de casarse, los consejeros de inmediato se pusieron a buscarle novia, más todo fue en vano. Le llevaban muchachas muy lindas y refinadas, pero a ninguna de ellas conseguía entrarle el anillo. Su Alteza estaba cada vez más desesperado pues a esas alturas, parecía que nunca se iba a poder casar.

—¿Qué te pasa, hermanito? ¿Por qué estás tan desanimado? —le preguntó su hermana, que también se había transformado en una chica hermosísima.

Su hermano le contó el problema y ella se quedó muy extrañada.

—¿Pero cómo es posible que a nadie le pueda quedar el anillo? A ver, déjame probarlo.

Cual fue la sorpresa del príncipe, al ver como la joya se deslizaba perfectamente por el delicado dedo de su hermana. Y entonces, una loca idea comenzó a formarse en su cabeza.

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—¡Hermanita! Tengo que dejar de buscar, ¡tú serás mi prometida! —exclamó lleno de alegría— ¡Vamos a casarnos!

—No, ¿acaso has perdido la cabeza? —le preguntó la princesa, asustada— ¿Cuándo se ha visto que dos hermanos se casen entre ellos? Dios te va a castigar por semejante abominación.

Pero su hermano no quería escuchar razones. De inmediato dio orden de que se preparara la boda y la princesa se retiró a su habitación a llorar. En ese momento dos viejecitos pasaban afuera del palacio y al ver a la joven a través de la ventana, la preguntaron porque estaba tan triste.

—No estés triste, hijita —le dijeron, después de escuchar su desgracia—. Escucha, haz cuatro muñecas y colócalas en las cuatro esquinas de tu cuarto. Cuando tu hermano te llame para que se vayan a la iglesia, responde: «Voy deprisa, pero no te muevas».

Los ancianos se marcharon y la princesa hizo las cuatro muñecas. Entonces llegó su hermano, ya vestido con su mejor traje, llamándola para que se marcharan a la iglesia. Ella sintió entonces mucho miedo.

—¡Ya voy, hermanito! —dijo la princesa— Pero deja que me ponga mis zapatillas.

CONTINUARÁ…

El príncipe Danilo (1ra parte) 1

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