Nunca se supo que Mokugen sonriera sino hasta su último día en la tierra. Él era un viejo monje Zen que habitaba en un antiguo monasterio, acompañado por sus estudiantes. Ellos pensaban que era un hombre incapaz de sentir alegría. Cuando llegó el momento de su muerte, ordenó a sus discípulos que acudieran a verlo. Todos entraron en sus aposentos con rostros tristes y confundidos. Entonces, él les habló:
—Han estudiado conmigo durante más de diez años. Ahora ha llegado el momento de ponerles a prueba. Cada uno tendrá que mostrarme su verdadera interpretación del Zen. Quien lo exprese con mayor claridad será mi sucesor y recibirá mi túnica y mi tazón sagrado.
Los hombres miraron la cara severa de Mokugen, pero nadie respondió.
Encho, un discípulo que había estado con el maestro durante mucho tiempo, se movió cerca de la cama. Empujó la taza de medicina unos centímetros, ofreciéndosela al anciano. Esa fue su respuesta a la orden.
La cara del profesor se volvió aún más severa.
—¿Eso es todo lo que entiendes? —le preguntó.
Encho extendió la mano y volvió a mover la taza, hasta devolverla a su posición original. A sus espaldas, los demás lo observaban en silencio, sin saber como debían interpretar aquello.
De repente y sin que nadie se lo esperara, una hermosa sonrisa se dibujó en los labios de Mokugen.
—Eres un bribón —le dijo a Encho—. Trabajaste conmigo diez años y aún no has visto todo mi cuerpo. Toma la bata y el tazón sagrado. Te pertenecen.
Moraleja: Hay enfermedades que tienen cura pero la muerte siempre es inevitable, al igual que tantas otras cosas en la vida. Ante aquellas situaciones que no podemos cambiar, lo único que queda por hacer es sonreír. Recuerda que nadie ha conseguido nada jamás, amargándose por lo irremediable.
Um cuento muy bello. Con una buena moraleja.